El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Sucedió en septiembre

Doña Adelina notaba como se humedecían los ojos cuando el capítulo del día de su culebrón favorito "No sea pendeja, doña Margarita" tocaba a su fin. Su nietecito Kevin Jesús de Todos los Santos aporraba su cabeza distraídamente con una sombrilla de encaje y seda y en la calle se escuchaba el rumor del tráfico. Nada parecía hacer distinta esa jornada de huelga de cualquier día de trabajo ordinario. Su hija, María Edurne Sofía y su marido, que como buen simplón solo se llamaba Pepe, estaban en sus trabajos, y mientras ella ejercía su papel de abuelita cuidando del niño.

De repente, algo interrumpió el camino de su lágrima. Alguien aporreaba la puerta. ¿Quien será y que necesitará de mi?, se dijo para sí misma. Bueno, lo cierto es que lo que se dijo es ¿Quien cojones me molesta y que coño quiere ahora?, pero como somos muy educados hemos procedido a censurar a la buena mujer.

Cuando abrió la puerta, protegida por una cadenita que podía prevenir el empuje de un vendedor de enciclopedias pero no la energía de un caco rumano, pongamos por caso, vio una faz que le hizo palidecer. ¿Era un oso? ¿un cromagnon? ¡No, eran Cándido Méndez y sus mariachis, los "piquetes divinosdelamuuelte"!

¿Qué desea?, dijo Adelina sin lograr que su voz dejara de temblar.

¡Paso al pueblo!, espetó el antiguo cliente del Villa Magna. Empujó con su prominente abdomen y la cadenita se fue a hacer compañía de su difunto esposo, don Pantuflo Zapatilla (¡cuántas chuflas y rechuflas cuando en la oficina le preguntaban si era el papá de Zipi y Zape!).

Su comedor se llenó de sindicalistas cargados de pana y testosterona. Uno de ellos se limpiaba con un mondadientes de oro, producto sin duda de una requisa revolucionaria.

Cándido con voz grave, largó: "Camarada, la revolución sindicalista te necesita. Abandona a ese pequeño burgués, hijo del capital, y que sus padres purguen con su soledad el pecado de no acompañarnos en esta jornada legendaria. Únete a nosotros y ven a la manifestación"

Adelina no lo dudó. Se arrojó detrás de su cómoda y sacó la AK-47 que tenía escondida para ocasiones de necesidad, y lanzó un par de ráfagas de tiro. Nada, una fruslería, 600 disparos por minuto. Los sindicalistas palidecieron pero no se arredraron. Un par de ellos, boca abajo, sobre la moqueta (mecachis, recién recogida del tinte) mordían a la muerte a boqueadas, mientras el resto se parapetaban tras un bargueño Luis XVI y medio que pasaba por ahí.

Rufo (a) "El partecatres" sacó su browning y disparó, con tan mala fortuna que le dio a Carly Caquitas, el muñeco preferido de Kevin Jesús de Todos los Santos.

Ya no hizo falta más. Kevin Jesús de Todos los Santos se hizo verde, creció un par de metros y mascó al piquete como si fueran chicles bazooka de a peseta. Se reservó a Cándido para el final, porque estaba más cebadito, pero al fin cayó.

Se acabó el problema sindical en España. Al menos, en un 50%. Ellos se lo habían buscado.


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Todo parecido con la realidad es casual, producto de mi calenturienta imaginación tras una digestión pesada de boniatos asados. Hay personajes que si existen, pero, por supuesto, sin guardar ninguna relación con los hechos narrados ni sus actitudes. En concreto, el Sr. Méndez es un santo varón y el adalid de la defensa de los derechos de los trabajadores. Se lo juro, señoría.

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Breve parábola


Una mañana, Zapatero, Presidente del Gobierno de España, queda gratamente sorprendido al leer una noticia en la prensa: María, una joven madre española, bautiza a sus recién nacidos gemelos, niño y niña, con el nombre de Zapatero y de España.

Honrado por esta circunstancia, Zapatero decide hacer una visita a la mamá en cuestión como muestra de agradecimiento.

Al llegar a su casa, encuentra a María dando el pecho a Zapatero; el Presidente reitera constantemente su agradecimiento y pregunta a la madre de los gemelos: ¿Dónde está España, la hermanita de este glotón precioso que no deja de mamar?.

María le responde que está profundamente dormida desde hace mucho tiempo.
Extrañado por la respuesta, el Presidente tiene la osadía de aconsejar a la mamá que debe despertarla y así podría tener la oportunidad de verla.

La respuesta de María deja al Presidente con cara de circunstancias:
Señor Presidente, no es aconsejable despertar a España porque si España despierta Zapatero dejaría de mamar.

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viernes, 24 de septiembre de 2010

Autobusero cabronazo, una del 27

Casualmente paso estos días por una parada que está justo bajo una finca que están demoliendo. Cosas de la especulación o de la carcoma, la casa se cae.

Pues bien: los obreros lo acordonan todo, toman sus precauciones... cuidan a los ciudadanos. Pero la EMT decide passssar un huevo de sus usuarios, y deja la parada en pleno coto de cascotes. Imagino que hasta que no le abran el cráneo a una ancianita no recapacitarán.

Una vecina del barrio, a la que conozco, me dijo que lo comentó a un conductor (que pasaba de largo, porque los que esperaban tomaron la precaución de alejarse unos metros del riesggo y ¡ohh!, nefando pecado, no estaban justo en la parada cuando pasó el bus) y que este hizo un despliegue de mala educación para decirle, en pocas palabras, que se metiera su queja en el coño. Debe de ser de esos autobuseros que a veces protestan cuando me quejo de las malas actitudes de uno de ellos, blandiendo un corporativismo estúpido, más propio del régimen de Mussolinni o de putas del parterre, que se protegen unas a otras con razón o sin ella.

Ante la mala educación de ese semoviente (De la línea 27, parada de Altamira, sobre las 4 de la tarde del 23 de septiembre, para más señas), me comentó la vecina citada ut supra que llamó al teléfono de atención al usuario, donde le dieron disculpas, buenas palabras... y ya está.

La parada sigue donde está. Esta mañana he tenido que pasar por la zona y la he visto tan pimplante en zona de riesgo. Mientras, las piedras hacen práctica de tiro al blanco con los colodrilos de los que esperan que pase, o el autobús, o el coche fúnebre.

Pues nada, a descalabrar ciudadanos. Ya no basta con majarles los huesos a bordo.

Y ahora, capuglios que defendéis lo indefendible solo porque algún gilipuertas comparte profesión con vosotros, atad esa mosca por el rabo. Conste que se que hay conductores de autobus honrados con su profesión, buenos en su servicio y diligentes. Pero no es el caso que señalo, y por eso me permito el epíteto. ¿Pica?. Pues te rascas. Será que te identificas con sus actitudes y categoría moral, o seráis el primero en condenarlo, y en llamarle cabronazo y cosas peores.

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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Carta del ayer


Reconozco que cuando tengo un día raro, malo, necesito alejar de mi lo que los horteras pasados por Joyibud llamarían los malos espíritus. Cuando era más joven y bestia, unas cervezas y partirme la cara con algún desgraciado que me llevara la contraria funcionaba bastante bien. Ahora, con años y sosiego encima (se supone al menos) lo que me funciona es comprar libros.

Recorro rastrones de drogatas y otros sitios llenos de mierda y ácaros, pasando una buena tarde comprando, que me despeja, y de paso preparando días de relax generando una montaña que amenaza con sepultarme, pues crece más deprisa de lo que logro mermarla yo leyendo y archivando lo comprado.

Uno de esos días, tuve un encuentro peculiar. A veces, uno encuentra cosas dentro de los ejemplares, notas manuscritas con las que se puede estar o no de acuerdo, calendarios, billetes de autobús y tren de hace años, tarjetas de visita, flores, o cartas.

Cartas íntimas u oficiales. A un ministerio o a la novia. Pero ese día... ese día la carta era muy singular.

La carta iba dirigida a mi. Vamos, no porque el anterior propietario del libro me conociera, sino porque iba destinada al siguiente lector del libro. Imagino que al escribirla, el autor tendría la intención de que fueran sus hijos los que dieran con ella y llevarse una sorpresa al ver como su viejo les hablaba desde la otra orilla del lago Estigia, pero lo que debió pasar es que los niños pasaron un huevo del ejemplar, que crió polvo y ángeles de plata en los anaqueles de su biblioteca, hasta que algún nieto zumbón y algo cabrón debió decidir deshacerse de los trastos del abuelito.

Escrita en los últimos años 40, la carta, escrita de forma impersonal, “al siguiente lector de este volumen”, hablaba de cómo había interpretado él lo que leía, a la luz de los acontecimientos que ese año sucedieron.

¿Interesante?. A mi me lo pareció. Dejo aquí la historia... puede que algún día vuelva sobre ella, sobre el libro que la envolvía... y sobre mi propia interpretación del libro a la luz de los acontecimientos que se sucedían de forma inmisericorde cuando yo lo leí.

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viernes, 10 de septiembre de 2010

Recordando a...

De los pocos vicios que Corbacho y ZP le van dejando a uno, destaco el comprar libros viejos y, a ser posible, baratos. Como los centros de las ciudades no están para alharacas arrendatarias, los pocos arriesgados que siguen perdiendo la camiseta trapicheando con esta droga dura, mucho menos rentable que otras ilegales pero permitidas por el gran hermano, se refugian en esos zocos que los viejos barrios cobijan hoy la riqueza multicultural, que dicen los pijos. Rusos, chinos, indios, rumanos, moros... hasta los bares, oye, que hay que ver que arte se dan los chinos para hacer patatas bravas, como si fuera el plato nacional de Pekin. Que si llego a saber que no todo es nido de golondrina, aleta de tiburón o caca de gato, igual les hubiera dado una oportunidad antes.

Pero me voy por las ramas. El paseo me ha traido al recuerdo a Pepuncio González, nombre supuesto para un tipo formidable que si existió, y al que traté poco porque la parca se lo quiso llevar al otro barrio unos meses después de que empezáramos a charlar, pero que llegó a colocarme una suerte de legado (incumplido por su descendencia, pero a que molestar a Pepuncio en los luceros, ya le arreglarán las cuentas a los incumplidores el gran cabrón y compañía).

Pepuncio me contó algunas cosas formidables para cualquier amante de la historia de España, como su intervención en un intento de acabar con Franco por parte de miembros de la FEA, que no es que no fuera guapa, sino que es la, llamemosla, Falange de la oposición. Vamos, por resumir pronto y mal, los que querian menos cuarteles y curas y más revolución y empresas donde el trabajo pesara más que el capital. Y es que Pepuncio era uno de tantos que se preguntó para que habia luchado y había enterrado a tantos camaradas, pregunta que se amplió cuando vió que este país terminaba siendo una monarquía, con lo que el parentesis se cerraba.

Pero me vuelvo a ir. No voy a hablar de eso, sobre todo porque nombres y circunstancias me los llevaré al otro barrio, lo que espero tarde bastante. Cambiemos de barrio: estaba en un barrio con chinos y putas, y recordando a Pepuncio. ¿Porqué?.

Cuando se descubrió la conspiración por una, llamemos indiscreción (Pepuncio lo llamaba de otra manera), de uno de los implicados, como el asunto no había salido de los salones y ademas acabar con alguno de los implicados hubiera traido cola, todo quedó en un tirón de orejas y un alejamiento de cualquier tipo de cargo. Así, Pepuncio tuvo más tiempo para ganarse la vida, a orillas del sistema que le había orillado.

Y Pepuncio (nombre supuesto, hechos ciertos) montó lo que hoy en día sería un local de camas calientes, para que los visitantes e inquilinas del barrio de la época, menos multicultural pero más húmedo y alegre, dejasen ahí sus perras. Local que sigue existiendo, pero que heredado hace años por su opusina descendencia (lo que le tocó siempre las narices, valga el matiz), decidieron reconvertir en residencia para gente de buenas costumbres.

Pepuncio lo bautizó con el nombre del cuartel del generalisimo, pienso que más por lo que le tocó las narices lo del 37 que por homenaje al caudillo. Lo que no se es si a los clientes le importaba el asunto. E incluso a él mismo.

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martes, 7 de septiembre de 2010

Menudo veranito

Al principio del verano, justo cuando con mujer y niños empezábamos a rodar por la carretera, sucedió algo que me hizo creer que ya tenía todas las emociones del verano juntas: vi como el coche que iba delante de mi empezaba a dar bandazos, para estrellarse finalmente con los parapetos de hormigón que separan los carriles y caer después por el terraplén que formaba el otro lado de la autovía.

Bajé del coche y saqué a la niña pequeña que iba en su sillita de bebé (¡milagrosas sillitas!), absolutamente indemne pero asustada, y la coloqué entre mis hijos, dentro de mi coche, para que se calmara, mientras auxiliaba a su madre, algo contusionada, pero menos de lo que cabía esperar. La larga espera a los servicios de emergencia me dieron el punto de cabreo necesario, que terminó de redondear el exmarido de la accidentada, que se presentó como un energúmeno al saber de lo ocurrido, y abroncándola en un momento que no podría ser peor.

Tragué mucha quina, y creí que ya tenía bastante mala leche para todo el verano. Craso error.

Dejando de lado otras minucias, la guinda, el horror final, vino el último día, a punto de cerrar oficialmente la temporada. Y vino por algo que pasó hace mucho, mucho.

Pero para eso, hace falta un paréntesis que hable de mi. Si, si, ególatra y esas cosas, siempre hablando de mi mismo. Pues si no te gusta, te piras o te jodes, que yo sigo. Y si te gusta, acomódate y escucha.

Yo nací en lo que se llama eufemísticamente una cuna baja. Padre obrero y madre que limpiaba escaleras. Pero mi padre me dio algo que vale mucho más que el dinero: ejemplo de honradez y fuerza de voluntad. Mi infancia estuvo rodeada de lo que se llama no clase media, sino baja. Donde la cultura, salvedad hecha de excepciones como la de mi propio padre, quienes a fuerza de ganas y sin estudios habían logrado una cultura general que nada tenía que envidiar a títulos de alta estirpe, solía brillar por su ausencia.

La vida, que es una cachonda, quiso que los estudios, y el esfuerzo de mis padres por ayudarme, me llevaran a unas esferas culturales diferentes. Y sociales.

Terminé con un chalet en la zona donde la alta burguesía valenciana solía morar. Sin lograr hacer muchos amigos allí, es cierto. Y sin dejar de escaparme los domingos de las misas que se dan en la zona, rodeados de gentes que me parecen bastante hipócritas en sus cultos, para ir al pueblo, a una humilde iglesia llena de desconchones por la humedad y con un gigantesco Cristo de los gitanos presidiéndola. Con gentes humildes del pueblo, con hispanos endomingados, como cuando yo era pequeño hacíamos los nacionales, gente que pide porque cree y lo necesita.

En la última visita del verano a esa iglesia, poco antes de entrar, mi mujer, que de niña ya moraba la zona, y era habitual del club social donde se reunía lo más selecto, al cruzarse con un señor, que saludó sin obtener la respuesta, me dijo que era en su día el jardinero del club social. Que tenía una hija, con síndrome de down, a la que un día, los niñatos del club violaron.

¿Un argumento de película?. No, la triste realidad que se supera. No se si la misa me aprovechó, porque el dolor y el cabreo que llevaba encima, por algo que pasó hace más de 20 años, me superaba. Me supuraba, mejor dicho.

Malditos seáis, cabronazos. Malditos seáis, porque vosotros, hijos de papá, sin respeto a reglas, que ahora seguro seréis respetables empresarios o políticos, o ambas, sois los que hacéis bueno a Marx. Vosotros, que con vuestra diabólica orgía destrozasteis a alguien, que no se como no os mató después, si no es porque en verdad era mejor de lo que vosotros y yo mismo somos. Agradezco no saber vuestros nombres.

No sé porqué, pero, sin conocer la cara de esa niña que fue violada, humillada por vuestra miseria, le pongo la faz de la otra niña, que dejé con mis hijos a principios de agosto.

Ojalá pudráis en el infierno. Y pronto.

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