El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

lunes, 25 de octubre de 2010

Que viajecito

Que viajecito. Y no ya por el hotel, valiente mierda de cuatro estrellas donde la tele se ve con grumos, la wifi peta más que las nalgas de alguna ministra, y la habitación no tiene más que un enchufe y éste en el baño.

Que sí, que no fui a zampar en el buffet (sin café, claro, eso debe ser solo para los cinco estrellas), donde según que cliente seas te sacan la botella de agua de litro y medio o de mesa, o no saben lo que es el jamón serrano (juro que en bar de barrio que tengo bajo de casa el café me lo incluyen en el menú, no tienen problema en servir un tipo de agua u otro, y el serrano está para chuparse los codos, pero claro, no tiene cuatro estrellas)

No, no fui a pasarme por una ciudad sin semáforos (se ve que ahorran en luz para pagar las deudas del tripartito catalán). No fui a codearme con daneses que daban prisa ondeando la bandera, dejándome con la duda de si tomarme tranquilo el chocolate con leche o desencadenar la tercera guerra mundial.

Fui a pasar unos días con los niños, tras (o entre) temporadas de batas blancas, de clínicas políticamente correctas. Un inciso: en una consulta general, las salas reciben para ser simpáticas a los niños nombres de animales: así, tenemos al Reno 1, al Lobo 5, a la Vaca 3... y a nosotros nos toca la 10. A secas. Extrañado me explicaron que antes era "Mariquita 10", pero que quitaron la referencia al simpático coleóptero por quejas recibidas de ofendidos contribuyentes. Lo juro, no es invento.

Así que empaqueté a la tropa, y todos utilitario arriba, hacia un parque temático. Empecé como padre y acabé como un Ranger de Texas conduciendo a detenidos.

Primera estación: un autogrill. Mi hijo pequeño empieza a mostrar sus poderes. Cuando entramos en el coche para irnos saca una pastilla de chocolate y se dispone a jalarsela. La había guindado sin que nadie se diera cuenta. Bronca. Intento de asustarle con la idea de que la policía puede venir si suena la alarma. Cárcel, grilletes y latigazos en calabozos repletos de ratas. Parece tragar. Vale.

Dejando escalas intermedias, la continuación vino dentro del parque temática. Se ve que su cabecita carburó que, si el problema estaba en la alarma, basta con sacar lo que se quiera llevar por donde no salte la alarma. Lo descubrimos intentando llevarse un peluche más grande que él por detrás del arco de seguridad.

En fin, una persecución tras otra. Al menos tuvo una ocurrencia que nos salvó el culo, dicho pronto. Salimos del parque para refrescarnos en la piscina del hotel. Me explican que para volver a entrar, además de la entrada, hace falta mostrar un cuño que nos colocan en las manos. Tinta invisible que nos hace dudar sobre si se borrará, nos dicen que no, pero me temo que si será así. Y así fue.

Pero mientras yo discutía con el de la entrada -a mí se me veía pero no demasiado, y al resto imaginaba que cero patatero-, el nano usa de sus habilidades, chora el cuño y se lía a cuñarse a él, a su hermano y a su madre, dejando el cuño en manos de su madre.

Al menos, sabe solucionarse los problemas.

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