El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

jueves, 3 de octubre de 2013

Los recuerdos están hechos de eso







Los recuerdos están hechos de eso.

Abrió los ojos lentamente. El plexiglás que tenía enfrente de los ojos estaba empañado, pero la tenue penumbra le permitía localizar el pomo interior. Abrió la compuerta.

Le cansaba hacer cualquier movimiento. ¿Cuánto llevaba en la cápsula?. Bah, ya lo calcularía más tarde. Ahora hay que sacarles a ellos.

Revisó las otras cápsulas. Todo en orden. Hizo unas comprobaciones y, tras ellas, manipuló las válvulas y se observó cómo tras la descompresión, salían de ellas. Dos minutos bastaban, su mujer y sus hijos salieron tal y como él lo había hecho.

Toma un beso dulce y tierno
Agrega una noche robada de la felicidad
Una niña, un niño, un poco de dolor, un poco de alegría
Los recuerdos están hechos de esto. 

 
Preparó unos platos liofilizados, que sacó de una quinta cápsula, junto con otros alimentos. Dormir da hambre, pero dormir 30.000 años da mucha hambre. Recordaba cuando le llamaron loco, y ahora no sabía si le causaba risa o no.

Cuando era inminente el conflicto entre Japón y el imperio Anyi, vendió todas sus acciones de Compuglobalhipermeganet y compró este atolón. Sabía de su red de grutas submarinas. Se llevó el equipo necesario y montó las cápsulas en una de ellas, sellada. Puso un medidor de radiación y programó el sistema para que su cápsula se abriera una vez hubiera transcurrido un espacio de 100 años sin radiación ambiental elevada. Solo la suya, así, si no comprobaba que todo era correcto, su familia seguiría en esa larga hibernación.

No olvides un pequeño rayo de luna
Envuélvelo delicadamente con un sueño
Tus labios y los míos para disfrutar el vino
Los recuerdos están hechos de esto 


"¿En qué año estamos papá?". La voz de su hija pequeña le hizo abandonar su hilo de pensamientos.

"Estamos en el año 34.728. Hemos dormido exactamente 30.215 años"

"¡Caramba, John!", exclamó su mujer, "se debió armar muy gorda ahí fuera. ¿Ya sabes cómo ocurrió?"

John contó lo que había averiguado durante sus investigaciones.

El sistema recogió datos de procedencia humana, señales de radio, televisión y ondas alrew, hasta unos 500 años tras su encierro. Tras ello, nada. La radiación empezó a subir a los cuatro o cinco años del inicio, pero por lo visto, quedaron humanos cinco siglos más. No quería imaginarse los sufrimientos que la raza humana se había buscado a sí misma.

Los medidores de radiación dicen que fue progresiva la bajada de la misma, hasta que, justo cien años atrás, desapareció del todo. El aire que iban a respirar al salir, era como el de la tierra primitiva, el de antes de la revolución industrial. Las cámaras que había dispuesto estaban todas cegadas. O el tiempo las había machacado, pese al cuidado exquisito de su factura y materiales, o la vegetación las había cubierto. Todas, menos una, situada a ras de mar en su día, aunque ahora mostraba imágenes de un acantilado. El nivel del mar debió descender.

Luego, las campanas de boda
Una casa en la que vivir el amor
Niños pequeños para dar sabor
Revolver con cuidado cada día
Comprobar que se mantiene el sabor
Estos son los sueños que tenemos que saborear 


Tras un breve descanso, John decidió que era el momento de inspeccionar el exterior. Trepó por la trampilla que daba paso a la gruta de salida, con la que hizo conectar ésta más profunda, y accionó el mecanismo. Un potente explosivo abrió la compuerta recubierta con piedra. Tras decenas de miles de años, volvió a notar la luz del sol.

Una vez en la superficie, no observó grandes cambios en lo que se refería a la flora. No era un botánico pero los árboles le parecían sino iguales, si muy similares a los que dejó tanto tiempo atrás. El mar sí que había retrocedido. Las seis islitas que antes luchaban de forma independiente con el océano Pacífico, ahora eran una sola, y bastante grande. Con su ordenador de muñeca hizo unas mediciones y calculó que tendría el tamaño de la isla de Pascua.

Les llamó y pronto toda la familia disfrutó del sol.

A punto de empezar a lanzar las directrices para vivir como auténticos robinsones de esa isla llamada Tierra, lo vieron. Una gigantesca nave llegó a toda velocidad, de forma casi imperceptible, y tomó tierra delante de ellos.

Con Sus bendiciones, desde arriba
Servir generosamente, con amor
Un hombre, una mujer, un amor para toda la vida
Los recuerdos están hechos de esto 

 
Dentro de la nave, Smarf, su comandante, fue muy claro. Unos pocos humanos sobrevivieron. Por una parte los 30 colonos de la granja espacial que orbitaba a la tierra. Y por otra, veinte millonarios habían tenido una idea que estaba a mitad de camino entre la granja y la locura de John: fletaron para ellos y sus familias una segunda granja espacial.

Desde ellas, con un estricto control de la natalidad, sobrevivieron, hasta que hace cinco siglos pudieron descender de nuevo a la tierra. La en otro tiempo temible Siberia fue el primer lugar donde la radiación desapareció. Pero ese ambiente hostil fue el paraíso para ellos. Como durante tantos miles de años, la ciencia había seguido progresando, de forma lenta pero constante, gracias a que entre los 30 colonos primigenios estaban algunos de los mejores y más dotados científicos (se le llamó en su momento la nave de los nobel), la colonización fue sencilla.

Lisa, la pequeña, estornudó. De pronto, Smarf y su tripulación, se cogieron del cuello y fueron cayendo unos detrás de otros.

Tenía que haberlo pensado. Tantos años aislados en un ambiente aséptico, habían acabado con los anticuerpos precisos para acabar con las enfermedades humanas antes más comunes y leves.

Estaban solos.


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martes, 1 de octubre de 2013

Leyenda viva




Leyenda viva

Los niños del barrio dejaban de jugar cuando doblaba la esquina y no le quitaban ojo. Las historias que sus padres contaban de él eran lo suficientemente truculentas como para que esa mezcla de miedo y respeto provocase la admiración infantil.
Pero él no se consideraba distinto, ni mejor ni peor que los demás. Era tan sólo un tipo normal.

¿Es amargo estar con la espalda contra la pared?
¿Y si fuéramos hombres mejores de lo somos?

Por supuesto, se daba cuenta del efecto que causaba, y no sólo en los niños. Pocos adultos mantenían la mirada cuando, casualmente, se encontraba con ellos en algún comercio del vecindario o, simplemente paseando por la calle.
Había llegado a pensar que debía suprimir sus paseos por el parque, a donde cada tarde tras el trabajo iba a aprovechar los últimos rayos de sol para leer arrullado por los ruidos urbanos. Pero lo cierto es que se había acostumbrado a ver a esos niños espiándole, escondidos tras los columpios, y a esas madres y abuelas hablando de él pero sin mirar nunca en su dirección.
Él sólo había hecho lo que tenía que hacerse.

Si viniera de nuevo hoy, ¿responderíamos a la llamada?
Di la verdad, amigo, ¿nada importa ya?

Un día, uno de los chavales, un golfillo más avispado que los otros, con pinta de jefe de la banda, no sabía muy bien si moreno de piel o de mugre, con rozaduras en los tobillos y los codos, se atrevió a acercarse a él, y, tímidamente a preguntarle si lo que se contaba de él era cierto o no.
Sonriendo, le dio una respuesta irónica, que dejó desconcertado al crio. Le dijo "Chico, lo que dice la wikipedia de mi no es del todo exacto".
Nunca más nadie se acercó.

Éramos hombres sencillos a su lado cuando nació
Era tan simple entonces como la libertad para caer

Camino a casa, compró un plato preparado. Esa noche, no le apetecía cocinar. Puso de fondo un vinilo de Johnny Cash en el giradiscos, calentó el plato y se sirvió una copa de vino.  Desde que ella murió, pocas veces había roto la rutina: de no cocinar nunca, a hacerlo siempre, y para un comensal tan exigente como él mismo. Sin embargo, había días en que, quizá un exceso de público en el parque, le dejaba agotado psicológicamente.
Acabada la cena, puso el servicio usado en el lavaplatos, y se sentó. Sin saber porqué, encendió la televisión.
Caramba, se dijo, estoy batiendo records. Por lo menos hace dos meses que no veo la tele.
Decidió que era un día tan bueno como otro para dormirse delante de la pantalla catódica.

Y éramos más pequeños que ahora, pero nos unimos como una tormenta.
Ellos no entienden en absoluto lo que significa el trueno.

La locutora hablaba de un invento desarrollado en la universidad de Utah, con la misma familiaridad que describiría los manteles que su vecina tendía en la galería. Lo de siempre. Accidentes de tráfico, políticos mintiendo, la economía hundiéndose, la casa real, soldados en el oriente medio...
En ese momento, la locutora se puso seria. Dio la noticia de una supuesta víctima de violencia de género. Una mujer que había aparecido con un disparo en la cabeza. Buscaban a su exmarido.
Y entonces fue cuando de verdad supo que esa, no era desde luego una noche más. Se dio cuenta de que sus fantasmas familiares habían acudido a visitarle.

¿Fue crucificado? ¿Estaba el representante de la ley?
¿Estás satisfecho de que nunca vuelva a cabalgar?

Y recordó. Recordó cuando una tarde de octubre, regresó a casa y encontró la puerta entornada. La abrió y descubrió a un enjambre de policías que, educada pero firmemente, le invitaron a acompañarle. Recordaba manchas de sangre en la pared. Y un zapato en el suelo. Un zapato femenino. Un zapato de su mujer.

Cuando le dijeron que ella había sido asesinada, ni se le pasó por la imaginación pensar que se había convertido en sospechoso por el mero hecho de estar casado con ella. Afortunadamente, sus compañeros de trabajo acudieron todos a testificar que él había estado con ellos todo el día.
Pero en las horas en que estuvo sentado en ese duro banco de madera, él creyó darse cuenta de que murió ese día. Y pidió a Dios que ayudara a aquellos que se llevaría al infierno con él.

Algunos dicen que se salió, que nunca murió del todo.
Si esta historia es verdad, ¿qué te molesta, amigo?

La policía era curiosa. A veces muy eficiente, y a veces parecía que el tonto del pueblo mandara al pelotón de los torpes. Supo, por un primo suyo que era policía, que sabían quién era el asesino, algo que no debía ser muy difícil pues de entre las manchas de sangre, una resultó ser una huella de dos dedos suyos, algo que podrían haber averiguado antes de dejarle pudrir unas horas en una habitación húmeda. Pero también supo, con dolor, que daban por imposible localizarle.
Lo tuvo claro. Pidió una baja por depresión, que le dieron inmediatamente, tras los duros acontecimientos, y se dedicó a buscarle por sí mismo. Y lo encontró.
De todo aquello sacó dos grandes lecciones: que sólo podía confiar en él mismo para cuidarse, y como limpiar sin dejar rastro alguno las huellas de sangre.

¿Es amargo estar con la espalda contra la pared?
¿Y si fuéramos hombres mejores de lo somos?

Justicia. Simplemente justicia. Eso es lo que había hecho. No creía que la policía le molestara por ello. Pero no contaba con los amigos del asesino.
Y aquí intervino el azar, la imprudencia, la mano del Ángel de la Guarda que cuida de los desgraciados, mala leche acumulada o vayan ustedes a saber qué, porque lo cierto es que los tres tipos que fueron a buscarle las costillas tuvieron que intentar aprender a volar desde la altura de su quinto piso. Y claro, no tuvieron tiempo de perfeccionar su técnica.
El juzgado declaró que el exceso de medicación bien pudo provocar esa pequeña masacre. Le ingresaron quince días en una clínica y luego, retornó a la que ya nunca volvería a ser su vida normal.

Si viniera de nuevo hoy, ¿responderíamos a la llamada?
Di la verdad, amigo, ¿nada importa ya?

Y mientras, los niños, cantaban sus hazañas en la calle.


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