El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

jueves, 21 de abril de 2016

Ya me decían que no seré nada



Ya me decían que no seré nada



Profe de infantería. Condenado eternamente a ser esto, sin posibilidad de ascenso. Ni mediante cargos de gestión (quien no tiene padrinos no se bautiza, y a mí no me dan ni agua bendita), ni mediante investigación (una larga historia, para otro día).

Aun así, bendita condena. Y es que uno es una suerte de masoquista docente.

¿Porqué no seré nada? Bueno, permitidme que os cuente mi día de ayer.

Salgo a las 7:20 de casa. El ascensor sigue estropeado. Afortunadamente, los siete pisos esta vez son de bajada. Con una mochila tremenda y unos cuantos kilos de papel a rastras, pero de bajada.
Dejo al chaval en el cole, 7:40. Por el camino, al menos, disfrutamos de un cacho del quijote del siglo XXI. Una magnífica producción de RNE, que supone una ventana abierta por donde circula el aire fresco. No, no podemos soportar un día más esas "noticias de la OTI", donde Panamá y Venezuela se mezclan de forma inexorable.

Llego a las 7:50. Preparo (ordeno) el material de las clases. Esto es algo que muchos se ahorran. Colocan un power point mostoso y recitan una lección aprendida hace años. Yo soy incapaz. Empleo vídeos, documentos (sentencias, denuncias) para incitar la pregunta. Quiero que duden de todo. Quiero que piensen que les engaño, para que les pique la curiosidad, consulten y así aprendan a aprender. Y eso implica una puesta en escena cuidada, aunque de siempre sensación de improvisación.

Primera clase. 8:30 a 10:30. Animada, con debate. Y un test al final. Test con pregunta abiertas. Esto ya no se hace. Los profes no quieren corregir cosas que tengan que leer. Todo lo que no corrijan las máquinas solas, es algo que pone en peligro su tiempo de investigación, cuando no su tiempo libre. Yo, como soy un poco (y sin el poco) gilipollas, no se hacerlo de otra manera.

De 10:30 a 11:30, aprovecho el descanso para ponerme a corregir. Pero... empalmo con una segunda clase de teoría, de 11:30 a 13:30. Con el mismo esquema. Pero con seis veces más carga de corrección que la anterior. Hay un alumno que da por el culo especialmente, indicándome mis errores, señalando defectos. No lo sabe, pero se ha convertido en mi favorito. Es justo lo que quiero que hagan.

A la una y media me largo a comer. Aprovecho y leo mientras, mera vaselina intelectual, un libro publicado en 1916. Necesito desintoxicarme un ratito. Poco, a las dos y diez estoy ya corrigiendo, pero poco... porque a las tres empiezo una sesión de laboratorio de tres horas.

Por el camino, un alumno se presenta como alumno de mi asignatura, pero que va con otro profesor, y me dice que le encanta el material que preparo. Bueno, un poco de peloteo infla mi ego y me deja no hundirme. Sigamos. 

Salgo del labo. En la puerta hay un alumno al que dirijo su trabajo de fin de grado. Hablamos del mismo hasta las siete menos cuarto. Y me encierro a corregir. Veo un correo donde alguien me pasa una captura de pantalla de un alumno mío en twitter diciendo que mis prácticas molan. Va bien para cargar las pilas y corregir, auxiliado de tres cafés consecutivos, hasta las ocho y media, momento en el que cierro y me largo al departamento... hay que preparar el próximo examen. Complejo por distribución en aulas, idiomas empleados y metodologías. Seis variantes.

Se nos dio a elegir fotocopiar los exámenes como siempre en reprografía, o usar las fotocopiadoras del departamento como impresoras. Esto último, me dicen, tiene menos coste y se recomienda para ahorrar. A la universidad, no a mí, claro. Por esa vena gilipollesca que enarbolo, decido usarlas. Mientras va imprimiendo, voy preparando cambios en la práctica que daré dentro de dos semanas, una de mis favoritas y más complejas. Porque dejarla como está año tras año, nunca ha sido mi opción. Entre pitos y flautas, salgo a las diez de la noche. Llego a casa a las diez y media. Engullo la cena y veo en el móvil que dos alumnos tienen un problema con una tarea a entregar... que expira hoy. A mi pesar, arranco el ordenador. A las doce pasadas me meto en el sobre con un libro. Libro que ha amanecido clavado en mis costillas esta mañana.

Y es que como decía el ínclito Wert, los profesores somos unos vagos.

Que le den por el puto culo. Maldición gitana: así te acuerdes de mi cada vez que te masturbes.

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