Sobre la sodomización de taxistas como un arte libre y fecundo
Que dia el de ayer. Frio, cansancio... mi mujer y yo arrastrando a dos niños, uno con dos mil kilos de peso en su mochila y otro, aprendiz de almogavar, buscando infieles que descalabrar y, a falta de ellos, ensayando con nosotros.
Y te vi a ti, taxista, con el cartel de libre. Y te llamé.
Y tu, hijo de mil padres, embrión de simio retrasado, caracol, porque eres cornudo, baboso y arrastrado y llevas tu casa a cuestas... apagaste la luz de libre para pasar de largo y encenderla al cabo de unos metros.
Ah... nuestras humildes posaderas mojadas por la lluvia no eran dignas de tu ilustre tapicería.
Que suerte tuviste, cabronazo. Que suerte. Porque si en lugar de tener una mano ocupada con la de un niño y la otra con la mochila de su hermano, hubiera tenido una libre, habría arrancado un adoquín de la calle y te lo hubiera lanzado. Pero no al cristal o a la chapa, no. A tu puta cabeza.
Etiquetas: gilipollas, mi casa: que pasa
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