El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

martes, 1 de octubre de 2013

Leyenda viva




Leyenda viva

Los niños del barrio dejaban de jugar cuando doblaba la esquina y no le quitaban ojo. Las historias que sus padres contaban de él eran lo suficientemente truculentas como para que esa mezcla de miedo y respeto provocase la admiración infantil.
Pero él no se consideraba distinto, ni mejor ni peor que los demás. Era tan sólo un tipo normal.

¿Es amargo estar con la espalda contra la pared?
¿Y si fuéramos hombres mejores de lo somos?

Por supuesto, se daba cuenta del efecto que causaba, y no sólo en los niños. Pocos adultos mantenían la mirada cuando, casualmente, se encontraba con ellos en algún comercio del vecindario o, simplemente paseando por la calle.
Había llegado a pensar que debía suprimir sus paseos por el parque, a donde cada tarde tras el trabajo iba a aprovechar los últimos rayos de sol para leer arrullado por los ruidos urbanos. Pero lo cierto es que se había acostumbrado a ver a esos niños espiándole, escondidos tras los columpios, y a esas madres y abuelas hablando de él pero sin mirar nunca en su dirección.
Él sólo había hecho lo que tenía que hacerse.

Si viniera de nuevo hoy, ¿responderíamos a la llamada?
Di la verdad, amigo, ¿nada importa ya?

Un día, uno de los chavales, un golfillo más avispado que los otros, con pinta de jefe de la banda, no sabía muy bien si moreno de piel o de mugre, con rozaduras en los tobillos y los codos, se atrevió a acercarse a él, y, tímidamente a preguntarle si lo que se contaba de él era cierto o no.
Sonriendo, le dio una respuesta irónica, que dejó desconcertado al crio. Le dijo "Chico, lo que dice la wikipedia de mi no es del todo exacto".
Nunca más nadie se acercó.

Éramos hombres sencillos a su lado cuando nació
Era tan simple entonces como la libertad para caer

Camino a casa, compró un plato preparado. Esa noche, no le apetecía cocinar. Puso de fondo un vinilo de Johnny Cash en el giradiscos, calentó el plato y se sirvió una copa de vino.  Desde que ella murió, pocas veces había roto la rutina: de no cocinar nunca, a hacerlo siempre, y para un comensal tan exigente como él mismo. Sin embargo, había días en que, quizá un exceso de público en el parque, le dejaba agotado psicológicamente.
Acabada la cena, puso el servicio usado en el lavaplatos, y se sentó. Sin saber porqué, encendió la televisión.
Caramba, se dijo, estoy batiendo records. Por lo menos hace dos meses que no veo la tele.
Decidió que era un día tan bueno como otro para dormirse delante de la pantalla catódica.

Y éramos más pequeños que ahora, pero nos unimos como una tormenta.
Ellos no entienden en absoluto lo que significa el trueno.

La locutora hablaba de un invento desarrollado en la universidad de Utah, con la misma familiaridad que describiría los manteles que su vecina tendía en la galería. Lo de siempre. Accidentes de tráfico, políticos mintiendo, la economía hundiéndose, la casa real, soldados en el oriente medio...
En ese momento, la locutora se puso seria. Dio la noticia de una supuesta víctima de violencia de género. Una mujer que había aparecido con un disparo en la cabeza. Buscaban a su exmarido.
Y entonces fue cuando de verdad supo que esa, no era desde luego una noche más. Se dio cuenta de que sus fantasmas familiares habían acudido a visitarle.

¿Fue crucificado? ¿Estaba el representante de la ley?
¿Estás satisfecho de que nunca vuelva a cabalgar?

Y recordó. Recordó cuando una tarde de octubre, regresó a casa y encontró la puerta entornada. La abrió y descubrió a un enjambre de policías que, educada pero firmemente, le invitaron a acompañarle. Recordaba manchas de sangre en la pared. Y un zapato en el suelo. Un zapato femenino. Un zapato de su mujer.

Cuando le dijeron que ella había sido asesinada, ni se le pasó por la imaginación pensar que se había convertido en sospechoso por el mero hecho de estar casado con ella. Afortunadamente, sus compañeros de trabajo acudieron todos a testificar que él había estado con ellos todo el día.
Pero en las horas en que estuvo sentado en ese duro banco de madera, él creyó darse cuenta de que murió ese día. Y pidió a Dios que ayudara a aquellos que se llevaría al infierno con él.

Algunos dicen que se salió, que nunca murió del todo.
Si esta historia es verdad, ¿qué te molesta, amigo?

La policía era curiosa. A veces muy eficiente, y a veces parecía que el tonto del pueblo mandara al pelotón de los torpes. Supo, por un primo suyo que era policía, que sabían quién era el asesino, algo que no debía ser muy difícil pues de entre las manchas de sangre, una resultó ser una huella de dos dedos suyos, algo que podrían haber averiguado antes de dejarle pudrir unas horas en una habitación húmeda. Pero también supo, con dolor, que daban por imposible localizarle.
Lo tuvo claro. Pidió una baja por depresión, que le dieron inmediatamente, tras los duros acontecimientos, y se dedicó a buscarle por sí mismo. Y lo encontró.
De todo aquello sacó dos grandes lecciones: que sólo podía confiar en él mismo para cuidarse, y como limpiar sin dejar rastro alguno las huellas de sangre.

¿Es amargo estar con la espalda contra la pared?
¿Y si fuéramos hombres mejores de lo somos?

Justicia. Simplemente justicia. Eso es lo que había hecho. No creía que la policía le molestara por ello. Pero no contaba con los amigos del asesino.
Y aquí intervino el azar, la imprudencia, la mano del Ángel de la Guarda que cuida de los desgraciados, mala leche acumulada o vayan ustedes a saber qué, porque lo cierto es que los tres tipos que fueron a buscarle las costillas tuvieron que intentar aprender a volar desde la altura de su quinto piso. Y claro, no tuvieron tiempo de perfeccionar su técnica.
El juzgado declaró que el exceso de medicación bien pudo provocar esa pequeña masacre. Le ingresaron quince días en una clínica y luego, retornó a la que ya nunca volvería a ser su vida normal.

Si viniera de nuevo hoy, ¿responderíamos a la llamada?
Di la verdad, amigo, ¿nada importa ya?

Y mientras, los niños, cantaban sus hazañas en la calle.


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