La bestia, dentro de mí
Cada noche,
sucede lo mismo. Recuerdo fragmentos de lo que ha sucedido durante el día, por
vez primera de forma consciente, dándome cuenta del daño que he hecho o el que
he podido hacer. Y cuando esa película termina de pasar por delante de mis
ojos, no puedo evitar llorar y arrodillarme.
La bestia dentro
de mí está enjaulada por delgados y frágiles barrotes. Inquieto de día y de
noche, se queja con rabia a las estrellas. Dios: ayuda a la bestia que llevo
dentro
Me contaba mi madre que, paseándome un
día, recién nacido, un viejo desgreñado le sobresaltó. Se acercó, me miró y
dijo, mirando al cielo
Ha nacido ardiendo, pero no se quemará
No sé si ese viejo, con más alcohol
dentro que agua había gastado en un mes fuera, tendría alguna comunicación
directa con el más allá, aunque todo es posible. Y es que muy poco después,
empecé a darme cuenta de que yo, no sólo era yo. Que compartía mi cuerpo con
alguien más.
¿Loco? Es posible. En otras épocas,
quien sabe, me hubieran quemado en la hoguera, o me habrían levantado una
estatua en alguna oscura plaza pública. Lo cierto es que cada vez que era
consciente de una injusticia, desaparecía mi conciencia, que no recuperaba
hasta que mi otro yo, esa bestia, había cauterizado a su modo la herida.
Nunca he tenido problemas con la
justicia. No sé bien si porque la bestia sabía cubrir muy bien sus pasos, mejor
de lo que conscientemente yo podría hacerlo, o porque hay un ángel de la guarda
que protege a los locos. Lo cierto es que cada vez que me enteraba de las
tropelías de mi acompañante silencioso, a veces incluso por la televisión, me
quedaba sobrecogido, por la fuerza y violencia que demostraba.
La bestia que hay en mí ha tenido que aprender a
vivir con el dolor, a cómo protegerse de la lluvia y, en un parpadeo, puede reprimirse.
Dios ayuda a la bestia que hay en mí
Al principio, pasaba
desapercibido. Nadie hacía cábalas, ni asociaban unos hechos con otros hasta
que, no me preguntéis los motivos, la bestia empezó a firmar.
Cuando acababa con un
violador, con un narcotraficante, con un terrorista (éstos parecían ser sus
preferidos, por las estadísticas que los periodistas hicieron después) o cuando
ocasionalmente liquidaba a un político corrupto o a un banquero poco honrado,
dejaba un papel mecanografiado con lo que, todos, empezaron a llamar “la firma
de la bestia”. Un papel doblado, siempre de la misma manera, y oculto en uno de
los bolsillos de su víctima.
militia est vita
hominis super terram
¿No es milicia
la vida del hombre sobre la tierra?
JOB, 7-1
El asunto, se
puso muy tenso cuando apareció una filmación, de una cámara oculta, donde se me
veía, con el mismo traje que llevaba esa tarde, colocando esa firma en el
bolsillo del cadáver de un conocido narcotraficante. No lo podía creer. Era yo.
El teléfono sonó
en ese instante. Era mi amigo Julio, asustado por el parecido, pero al tiempo muy
sorprendido. Me dijo algo que recordé como cierto: a la hora en que la bestia
estaba haciendo eso, yo había estado con mis amigos de la peña senderista. Diez
personas me habían visto durante toda la tarde. Yo no había podido ser. Y, sin
embargo…
Sin embargo, esa
misma noche, en ese cine privado que solo mi cabeza emitía y al que era el
único invitado, me vi. O le vi, a la Bestia, desgarrando las entrañas de ese
pobre desgraciado. Y le vi, antes, usar la impresora del trabajo para crear la
nota. Y le vi, borrando todas las huellas. Y me vi, regresando a casa.
Y me di cuenta
de que la bestia y yo, éramos uno, y éramos dos
A veces él trata de engañarme. Me dice que es sólo
un osito de peluche e incluso de alguna manera se desvanece en el aire. Tengo
que tener cuidado con la bestia que hay en mí, que todo el mundo conoce. Ellos
la han visto fuera de su jaula con mi ropa. Pero yo no tengo claro si estoy en
Nueva York o en año nuevo. Dios ayude a la bestia que hay en mí.
Dicen que algunos
santos poseen el don de la bilocación. Yo no soy un santo, y la bestia, aun lo
es menos. Me pongo nervioso, porque el telediario tras la noticia, ha marcado
un nuevo objetivo para la bestia. Un político corrupto al que casualmente tengo
de vecino, vive a menos de medio kilómetro de mi casa.
Ustedes pensarán
que estoy bebido, o que me lo invento. O, peor, que soy un asesino e intento
liberarme de mi culpabilidad. Pero el hecho, es cierto. Acepten mi testimonio y
rueguen a Dios por mí, y por la bestia que hay en mí.
La
bestia que hay en mí
Etiquetas: Cuentos, Mundo fané
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