El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

lunes, 18 de junio de 2012

Dios te atrapará


Del "chalao" de siempre, otro cuento:

Dios te atrapará

- “Buenos días tenga Ud, Don José María”

Mientras se inclinaba servilmente, el bedel pudo ver los lustrosos zapatos del presidente del banco, que, como siempre, sin siquiera dignarse a frenar su paso y mucho menos a devolver el saludo, se apresuraba a meterse en su vehículo.

Con la manija de puerta abierta en su mano, Pepe mascullaba en su interior que el jefazo se iba a una de sus acostumbradas juergas de los jueves con su amante. Pero poco tiempo pudo recrearse en sus pensamientos. De repente, notó que algo pegajoso le había caído en el pelo. Y escuchó el ruido sordo del cuerpo del presidente derrumbarse a su lado, con los ojos abiertos como platos, como observando la vida que se le había escapado, y la parte trasera del cráneo derramando sangre y masa encefálica a partes iguales. Lo que le había servido como una nueva brillantina hoy.

Las noticias zumbaban. En todos los telediarios, de todas las cadenas, era la noticia estrella. A izquierda y derecha del caos, el asesinato por un francotirador del presidente del banco más fuerte del país era repetido, dando todo lujo de detalles y entrevistando a mil testigos diferentes, cada uno más disparatado que el anterior.

A punto de dar paso a los deportes en la mayoría de las televisiones, ocurrió el zambombazo. Otro “flash informativo”. El presidente de otro banco había recibido otro tiro, de forma idéntica al anterior. En éste caso, se encontraba jugando al paddel con unos amigos cuando, nadie sabe desde donde, alguien le reventó la cabeza de un disparo.

Puedes correr mucho tiempo, pero tarde o temprano, Dios te hará caer

La policía estaba perpleja. No sabían por donde tirar. No era la actitud típica de los grupos terroristas, nadie había reivindicado nada. Los antisistema no tenían esa capacidad operativa. Los grupos de extrema izquierda y extrema derecha... ¡bah!. No, era imposible. Estaban demasiado controlados como para que algo así se les hubiera pasado por alto.

Esto venía de otro sitio. De algún grupo desconocido y, por tanto, según su alambicada lógica, muy peligroso.

A lo largo de las dos semanas siguientes, los máximos dirigentes de los diez mayores bancos españoles habían sido ejecutados. No importaba la seguridad de la que se rodearan, los efectivos policiales que les siguieran, lo mucho que se rastreara el entorno de cada uno de ellos, que se peinara todas y cada una de las azoteas y que los helicópteros hiciesen horas extras. Para cada uno de ellos había una bala. Pero no era una bala cualquiera.

Los estudiosos de balística nunca habían visto algo así. La munición era sorprendente: cartuchos del 9x19 de sistema “Arkane”, perforante de alta velocidad... pero la bala era de plata. Un producto de alta precisión, con visos de ser casero. Y con un valor simbólico clarísimo.

Los miembros de las cúpulas bancarias se trasladaban como si fueran oro molido. Vehículos  blindados, guardaespaldas, armamento capaz de desencadenar una pequeña guerra, cobertura aérea... hasta alguna compañía del ejército servía de escolta en ocasiones puntuales.

Pero todo parecía inútil. Cuando el último de los directores del último de los grandes bancos desparramó sus sesos encima de la mesa del restaurante donde cenaba con los directivos de un par de grandes empresas, el francotirador guardó silencio. Se retiró, nadie supo donde se había metido, de igual manera que nadie sabía de donde había salido.

Pasaron dos semanas y no había novedad alguna en el caso. La policía estaba totalmente desorientada. Más allá de las balas de plata, y una pequeña casualidad que estaban estudiando, no tenían nada.

Así pues, se aferraron a lo poco que tenían, aunque fuera humo, sueños impalpables.  Agarrados a esa pequeña casualidad que martilleaba en la cabeza de los inspectores del Cuerpo Nacional de Policía le daban vueltas una y otra vez: en al menos ocho ocasiones alguien había llamado a radios locales en un lapso de cuatro horas a media hora antes de cada disparo, pidiendo una canción dedicada, siempre la misma: "God's Gonna Cut You Down", interpretada por Johnny Cash. Quedaba por ver si en el resto de ocasiones esa extraña petición se había repetido, pero de momento no lograban cuadrar el puzzle.

Y en esas estaban, con los medios de comunicación ya más pendientes de los deportes del momento que del “caza vampiros”, que es como habían dado en llamarle, una vez se filtró, quizá intencionalmente, el tipo de munición empleada. La tranquilidad parecía volver poco a poco a las calles. Lo que no dejaba de ser un error.

Ve a decirle al mentiroso, al crápula, al trepa, al jugador, al calumniador
Ve a decirles que Dios va a hacerlos caer

El presidente de la mayor cadena privada de televisión salió del recinto de la empresa a toda velocidad. Subió a lomos de su enorme motocicleta y, aun con el motor parado, recibió la lluvia. Una lluvia de balas procedente de un coche a toda velocidad que lo dejó besando el suelo.


Los consejillos de redacción ardían. Los grandes medios de comunicación del país estaban en pleno debate interno, intercambiando a diestro y siniestro llamadas, correos electrónicos... No sabían si dar vuelo a la noticia o silenciarla, y no tanto como para no perjudicar la investigación como para evitar imitadores. No sabían hasta que punto la epidemia de balas de plata que había acabado con los banqueros venía del mismo origen, o si algún chalado había mimetizado el estilo.

Todos a una, en una decisión unánime hasta la fecha en la prensa española decidieron no decir nada. Una idea algo inutil, en la era de internet. A la media hora, centenares de blogs lo contaban. En las redes sociales se podían ver hasta vídeos del cadaver. No pudieron hacer más que abrir la siguiente edición de los noticiarios divulgandolo. Mientras tanto, y en previsión de males mayores, todos los presidentes y directores de las grandes cadenas públicas y privadas, se rodearon de las mayores medidas de seguridad.

Los medios de comunicación internacionales, de la CNN a Al Jazeera cubrían la piel de toro. España era el centro del mundo conocido, los noticiarios de Tokyo a Tegucigalpa abrían con
las noticias de ese extraño justiciero. O grupo de justicieros, que todo flotaba aun en la indefinición.

Precisamente atendiendo el ruego de una entrevista con una cadena extranjera, la FOX, el director de la mayor cadena pública española se atrevió a salir de su encierro.  Dos furgones policiales escoltaron al personaje hasta el plató que la FOX había improvisado en un hotel de lujo en Madrid. Era imposible que nadie pudiera ni tan siquiera no ya acercarse, sino verle. Con una seguridad absoluta, no se sabe si impostada por presumir que las cámaras ya andaban filmándole, o real, por el despliegue que le acompañaba, se sentó en la silla negra que le esperaba. Apenas sus nalgas rozaron el asiento, un estruendo hizo que todos los presentes echaran el cuerpo a tierra. Apenas el ruido hubo cesado, se encontraron con un cadaver exquisito sangrando a más y mejor: el del invitado. Las balas habían atravesado un falso techo, reventando la escayola y acertando con increíble puntería en el personaje que era diana de sus intenciones.


Dios mío misericordioso, déjame decirles la noticia
Mi cabeza ha sido mojada con el rocío de  medianoche
Me he postrado de rodillas a hablar con el hombre de Galilea
Me habló con una voz tan dulce
Me pareció escuchar el arrastrar de los pies de un ángel
Me llamó por mi nombre y mi corazón se detuvo
Cuando dijo: "¡John ve a hacer mi voluntad!"

Y  no fue el único cadáver. Poco a poco, haciendo gala de una información más que privilegiada, conforme los directores y presidentes de las principales cadenas salían, siquiera por unos minutos, de sus escondites, fuera por obligaciones públicas o privadas, iban siendo ametrallados. El mismo calibre. Y no sólo eso.

En el más absoluto de los secretos, la policía había silenciado dos detalles, que se repetían en cada una de las ocasiones. Uno, era continuidad de la serie de ejecuciones del “caza vampiros”: en alguna emisora, pequeña o grande, alguien había pedido que se pusiera como disco dedicado "God's Gonna Cut You Down", interpretada por Johnny Cash. Y aunque por regla general no pinchaban ese disco, bien porque recordaban los ecos macabros del ajusticiamiento de banqueros, bien porque no les encajara en la programación, a las pocas horas ocurría el ametrallamiento.

La otra clave era una relativa novedad. Las balas no eran de plata, la munición era convencional, pero... pero la plata, de otra forma y manera seguía presente. En algún lugar de la escena del crimen, habían encontrado siempre una moneda de plata: un denario. Otro guiño quizá, con una simbología clara: era la moneda de la traición.

Incluso en un caso en que el escenario había sido furiosamente privado, la dichosa monedita había aparecido. El presidente de una televisión autonómica se atrincheró en su gigantesco chalet en una urbanización de super lujo con seguridad propia. Mandó fuera a todo el mundo, no se fiaba ni de sus hijos. Sin embargo, el jardinero del vecino descubrió su cuerpo ametrallado en la piscina; la policía poco más que verificar la muerte pudo hacer... excepto encontrar un denario en el fondo del vaso de whisky que el ejecutivo presuntamente paladeaba cuando la parca vino a visitarle en forma de ametralladora.


Ve a decirle al mentiroso, al crápula, al trepa, al jugador, al calumniador
Ve a decirles que Dios va a hacerlos caer


La calle ardía en rumores. Ideas contrapuestas chocaban. Lo que al principio se veía como un acto de terrorismo o, cuando menos de un loco furioso, parecía encajar como un puzzle en el ánimo de la población. Banqueros y periodistas, muy escogidos y sin víctimas colaterales. Ni un viandante, ni un policía o guardaespaldas herido en lo más superficial. Era un trabajo muy profesional y con unas metas muy claras: se estaban cepillando a los traidores. Y eso que la gente de a pie no conocía la historia de los denarios.

Lo cierto es que nadie sabía quién vendría después ¿directores de periódicos, quizá? ¿grandes empresarios de la construcción?. Las quinielas eran infinitas. A cada cual le hubiera gustado que ese loco, que no estaba por lo visto tan loco, tomara como diana de sus disparos a sus fantasmas particulares.

Los jueces del supremo decidieron trasladar de forma provisional sus actuaciones a la isla del Hierro, autoexiliándose. Los responsables en España de las empresas multinacionales decidieron gobernarlas desde el extranjero. Los directores de las grandes cadenas de radio empezaron a dimitir uno tras otro. Los obispos, símplemente rezaban. Los ministros se atrincheraron, se blindaron.

Puedes correr mucho tiempo, pero tarde o temprano, Dios te juzgará

Y no sólo los ministros, a ellos se les unieron pronto los jefes de los grandes partidos. Diputados, senadores, paralamentarios autonómicos, miembros de ayuntamientos grandes y pequeños. Todos parecían esperar asustados al vengador.

Pero la gente de la calle, camareros, médicos, bomberos, taxistas, profesores... no le temían. Es como si tuviesen claro que no podían estar en su objetivo. Porque no se sabían responsables de nada. Porque no tenían el miedo de los reos.

En los mercados, en los bares, en las aulas, en todas partes, la calle ardía en corrillos. Y tenían un condenado al que quemar, pero no era el tipo que disparaba. Empezaban a ver en esa postura asustadiza algo más que miedo: una declaración de culpabilidad.

Los parlamentarios aprobaron por unanimidad una dotación económica extra que les permitía prácticamente disponer cada uno de un pequeño ejercito. Esa decisión fue la que terminó de calentar los ánimos del Juan Español, de ese sujeto que suele no hacer nada hasta que el vaso se desborda. Y éste vaso ya se derramaba por litros.



Puedes lanzar la piedra y esconder la mano
Trabajar en la oscuridad contra tu prójimo
Pero tan cierto como que Dios hizo el blanco y el negro
Lo que se hace en la oscuridad, será llevado a la luz


Y empezó la juerga. Ésta vez no hubo balas. La noche caía sobre Madrid y, contra su costumbre, el pleno en el congreso se alargaba. En cuestión de minutos, tras acabar el mismo, salían a escape la mayoría de los ministros y los líderes de los distintos grupos parlamentarios con sus coches blindados. Y la noche desapareció. Se convirtió en día.

Explosiones casi simultáneas, milimétricamente estudiadas para afectar tan sólo a los asientos traseros, iluminaron el centro de Madrid. Cuando el humo se disipó, los peatones que a esas horas andaban en torno al Congreso vieron como los conductores y el servicio de escolta iban abriendo como latas de sardinas las desvencijadas partes traseras de lo que una vez fueron vehículos acorazados. No hubo supervivientes entre los políticos. Tan sólo encontraron un pequeño guiño que la policía tendría que tener en cuenta en el futuro: en cada coche había sujeto con soldadura un pequeño objeto de plata: un crucifijo.

Tan sólo el ministro de sanidad y la ministra de educación habían escapado de la muerte. Y es que el primero estaba en Zambia, en la presentación de una ONG a la que había dado con su firma una donación de dos millones de euros, y la segunda estaba encerrada en su casa con un fuerte gripazo.

Puedes correr mucho tiempo, pero tarde o temprano, Dios te hará caer

La ministra voló al sentarse en su propio retrete esa misma noche. Idéntico acontecimiento sucedió en la casa del presidente del Senado. El ministro, ahora presidente en funciones, estaba a punto de aterrizar en Barajas cuando su secretario le alargó unos papeles con las últimas noticias: todos los presidentes autonómicos habían dimitido. Muchos de ellos, además, habían abandonado España. Una noticia menor aparecía en el resumen de prensa: alguien en la policía había filtrado lo que la gente en general no conocía del caso: los denarios de plata, los pequeños crucifijos, hasta la relación de emisoras que habían colocado la canción de Cash, y a que hora había sido escuchada. Vio antes de bajar como un verdadero enjambre de policias había tomado el aeropuerto. El plan era elemental: un doble suyo saldría en su coche, pero el escaparía por el alcantarillado hasta un segundo coche seguro.

De nada sirvió. Cuando había avanzado unos doscientos metros, tres kilos de goma dos se lo llevaron no por los aires, pero si bajo tierra. Bajo mucha más tierra de la que estaba en ese momento: al infierno.

El español de la calle se lo tomó casi a chirigota. El que escapara como una rata por las alcantarillas y fuera alcanzado allí por la explosión fue hasta celebrado con brindis en algunos bares. Como cuando la Zarzuela colapsó por esos explosivos que la barrieron hasta los cimientos.

Claro que entonces no encontraron nada de plata. Tan solo un saco de sal.


Ve a decirle al mentiroso, al crápula, al trepa, al jugador, al calumniador
Ve a decirles que Dios va a hacerlos caer

La policía buscó durante días, semanas, meses, años... podría haber buscado durante siglos. No había ni rastro. Ni lo habría.

Hubo un periodo donde gente ajena al poder, profesionales liberales, profesores, jefes del ejército... tuvieron que hacerse cargo de las estructuras vacias. Paradójicamente para los medios de comunicación extranjeros lo hacían mucho mejor que los políticos profesionales.

Hubo, es cierto, alguna tentación de regreso entre los exiliados. O de caer en la corrupción por los nuevos aprendices de político. Pero, sin averiguar nunca el origen, en sus manos aparecía por distintos cauces un denario, un pequeño crucifijo de plata o incluso una bala, lo que bastaba para abandonar toda tentación.

Cuando se cumplió un año del primer tiro, una frase apareció pintada en distintos muros de todas las ciudades de España:

“Cuando España esté en riesgo, no faltarán los almogávares”

Afortunadamente, querido lector, ésto es solo una pesadilla, un sueño tras una digestión pesada en una noche calenturienta.

¿Afortunadamente?



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