El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

martes, 12 de junio de 2012

Una de zombies

Un querido amigo me remite éste relato que... tiene su aquel.

Disfrutadlo.

o O o

Cash - Z


La idea de Pablo es excelente. Eso de montarnos un pequeño retiro en la montaña, alejados de la tecnología, en una cabaña sin luz eléctrica y donde la falta de cobertura y lo precario de los caminos nos asegura un relativo aislamiento, sonaba muy bien y ha resultado aún mejor.

Eso sí, creo que la verdadera intención de Pablo era tenernos como mano de obra esclava. En esta vieja cabaña que su abuelo se hizo años antes del desarrollismo español de los 60, creo que había polvo y telarañas acumuladas desde diez años antes de que la construyeran. Menos mal que somos muchos y, como no tenemos manías políticamente correctas, mientras las chicas se han dedicado a limpiar, nosotros nos hemos puesto a reparar lo indispensable para hacer este conjunto de troncos habitable durante unas semanas. Tenemos las manos llenas de callos, pero ya no quedan goteras, los cristales están repuestos, la bomba de agua funciona perféctamente, la chimenea tira como pocas y hasta las alacenas están repletas de conservas suficientes como para sobrevivir a un ataque nuclear, si Khrushchev levantara la cabeza y no se enredara con los cuernos en la lápida.

Parece que el abuelo de Pablo esperaba tener una familia numerosa, pues aún quedándonos una habitación para cada una de las cuatro parejas, hemos dejado cerradas un par de ellas que no necesitamos. Una la hemos limpiado, para poder usarla como almacén provisional, ya que el cobertizo está totalmente destrozado, y la otra... bueno, la otra simplemente la hemos cerrado. Con las telarañas que quedan dentro podríamos tejer un vestido de novia para todas las vírgenes que quedan en España, que a decir verdad, no deben ser muchas.

Es magnífico estar aquí. Sería el lugar ideal para que alguien como yo se jubilara. Lo suficientemente escondido en las montañas como para que hasta los vándalos se olviden de su existencia, pero no tanto como para que con un buen todoterreno te plantes en veinte minutos en un pueblo que, sin ser una gran cosa, está bien surtido. Hasta libros venden en su quiosco. Un sitio delicioso, en resumen. Si además te gusta andar por la montaña, eso que los horteras llaman ahora trekking, tienes suficientes rutas disponibles como para perderte y que nadie te encuentre si es tu deseo. En el poco tiempo que estamos aquí he tropezado con fuentes de montaña, frutos silvestres y una cantidad de conejos tales que dan ganas de invertir mis ahorros en café, municiones y libros, y retirarme de antemano en la cabañita de Pablo convirtiéndome en un eremita.

Pero lo mejor son las noches. Cuando todos nos reunimos en torno al fuego y emulamos a Byron, Shelley y esos otros chiflados del XIX, y nos dedicamos a inventar historias. Historias de vampiros, de modernos prometeos, del Golem, del lobisome o símplemente, truculentas. Reconozco que cuando la primera noche María sacó su tablet, me enfade. Rompía esas normas no escritas de nuestro retiro ese aparato que, de día, recargaba a través del encendedor del coche y que por la noche le proporcionaba música y lectura. Cuando vi que la metía en su macuto y se lo recriminé, se defendió diciendome que mientras yo me llevaba una maleta llena de libros, ella llevaba diez veces más lectura en ese cacharrito. La verdad es que nada mejor que ponerle una suave banda sonora a esas pequeñas locuras que nos inventamos por la noche, siguiendo un turno rotativo inexorable.

Esta noche me tocaba a mí. Ya tenía hacía un par de días muy desarrollada la idea que convertiría en cuento, y menos mal, porque hoy verdaderamente me había agotado corriendo bajo el sol, y no estaba para muchas filigranas.

Le pedí a María que colocara de fondo a Johnny Cash. En concreto, “The man comes around”. Y empecé.

o O o

Mi historia transcurre en un lugar no muy diferente a éste. Una montaña alejada de la civilización, un grupo de amigos compartiendo la tierra y la sal durante las vacaciones, por lo mismo que nosotros: porque nos gusta nuestra compañía y porque, en estos momentos de angosturas económicas, nos salía muchísimo más barato encerrarnos aquí que irnos a una playa llena de macarras y pechos operados.

Pero hay una diferencia: cerca de la montaña de mi historia, había en su momento una vieja residencia de tuberculosos, donde los enfermos que ya poco más que despedirse de la vida podían hacer, eran recluidos, y donde algún doctor loco practicaba fantasiosas curas con ellos, que las más de las veces, lo único que lograban era acercar su cita con la sepultura.

Uno de esos médicos, que en el año 58 recabó en España escapando a través de Europa de los tanques rusos que aplastaron su Hungría natal, hizo un experimento que al menos en apariencia fue un atraso. Inyectaba en el flujo sanguíneo de los pacientes una sustancia radiactiva de su invención que,  a pesar de darles un par de días de recuperación súbita, transcurrido ese breve canto del cisne, fallecian.

Los enfermos eran enterrados al principio en el camposanto del pueblo, pero como los lugareños se quejaban de que cada vez había más muertos extraños, y que a éste paso el cementerio pronto sería más grande que la aldea, las autoridades sanitarias consintieron en crear una fosa común a pocos kilómetros de la residencia. En ella se fueron depositando los cadáveres durante años, hasta que la tuberculosis se convirtió en una enfermedad más benigna, y la residencia fue cerrada.

Pasaron años y años. Un cazador que, persiguiendo a un desdichado jabalí,  acabó atravesando la maleza gigantesca que escondía esa improvisada necrópolis, creyó ver algo que brillaba. Su sorpresa fue tremenda: si, había una luz... una luz que salía de debajo de la tierra. Por aquí y por allá, entre algunas piedras, herramientas olvidadas y oxidadas, alrededor de todo aquello que había impedido que los hierbajos silvestres ocuparan cada milímetro de tierra, aparecían hilillos de luz. Una luz verdosa, inquietante. Lo suficiente como para que el cazador pusiera pies en polvorosa y...

o O o

María ¿me pones ya la música de fondo?. Gracias, cariño.

o O o

There's a man going around taking names and he decides who to free and who to blame. Everybody won't be treated all the same. There'll be a golden ladder reaching down. When the Man comes around

Hay un hombre que se acerca y apunta los nombres. Y él decide a quién liberar, y quién culpar. No tratará a todos por igual. Habrá una escalera dorada, para descender. Cuando El Hombre esté próximo.

Seguimos. Mis amigos me miraban atentos. Se ve que les había gustado el principio  de la historia y que el gran Johnny Cash había servido para ponerles aún más en tensión.


Ese cazador se fue, como alma que lleva el diablo, y quizá en este caso fuera literal, pues, no se sabe si por su presencia, que alteró el sueño eterno de los antiguos enfermos, o porque en un complicado sistema de plazos les tocaba ya levantarse y despejar la pereza de tantos lustros de sueño, si no eterno, al menos sí profundo, la tierra empezó a rasgarse bruscamente. La luz, antes tenue, se hizo intensa, cegadora. El bosque entero quedó inundado de verde esmeralda. Y aparecieron. Primero manos, haciéndose camino, luego, los brazos, las cabezas, siguieron a esas manos. Los muertos volvían a la vida. La carne, apenas reseca, como si hubieran muerto en un entorno con muy poca humedad, dejaba entrever un brillo: sangre que recorría sus venas, pero sangre verde, iridiscente.

Como si fuera una marabunta, o lemmings camino del precipicio, todos se pusieron a andar en la misma dirección. Lentos. La prisa parecía desterrada a la otra parte de la vida. ¿Porqué en la misma dirección?. No se sabe. Quizá algún efecto en la sustancia que los había encadenado a la muerte en vida les forzaba a seguir el magnetismo de la tierra en una dirección determinada. O querían ir todos a por tabaco, da igual. La realidad es que, en su camino, estaba la cabaña.

Cabaña, donde sus moradores eran totalmente ajenos a lo que les esperaba. En medio de la noche, estaban como nosotros, contando historias de miedo en torno a la lumbre, apurando unas copas de vino y estrechando lazos de amor y camaradería.

Mientras tanto, ellos se acercaban.
The hairs on your arm will stand up. At the terror in each sip and in each sup
Will you partake of that last offered cup? Or disappear into the potter's ground
When the Man comes around

Los pelos de tu brazo se erizaran. Terror en cada trago y en cada sorbo. ¿Vas a beber de ésta última copa? O desaparecerás fundiendote en el torno del alfarero.
Cuando El Hombre esté próximo.


o O o

De repente, unos golpes interrumpieron la narración. Demasiado fuertes e insistentes para tratarse de una alimaña. Debía ser alguien en peligro, algún excursionista perdido y asustado o, incluso, algún accidentado ciclista, como esos locos que se descalabran diariamente en la que ellos han bautizado como “la ladera de las rocas”. Sin embargo, era muy tarde.

Joaquín fue a abrir... y fue lo último que hizo. Una mano oscura y tremendamente fuerte, en el momento en que la puerta estuvo abierta, irrumpió hundiéndose en su calavera. Los sesos de Joaquín nos salpicaron a los presentes que, alarmados, y en medio de una algarabía de gritos, corrimos por nuestras vidas.

Atrapé a María por el antebrazo, cogí con la otra mano un martillo que hacía unas horas había dejado sobre la chimenea, tras terminar de reparar el marco de una ventana que se había desajustado, y de un par de martillazos volé el cristal de la misma. María, Andrea y Fermín salieron antes que yo. Me dio tiempo antes de salir de ver como esos engendros empezaban a comerse el cuerpo de Joaquín y atrapaban a Pablo. Lola y Nuria salieron por la puerta de la cocina.

Afortunadamente, María llevaba las llaves del Land Rover. Acababa de usarlas para sacar el tablet, que había dejado cargando con su batería. Se encerraron dentro y Fermín, aceleró.

- “¡Para! ¡Para!”, dijo Andrea, “no podemos dejarles solos”
- “Las chicas se han ido ya en el Toyota, mira sus luces, aún se ven desde aquí. Por Pablo y Joaquín nada podemos hacer”, explicó Fermín

Corrimos a escape por la carretera. En la parte de atrás del Land Rover, María y yo no sabíamos si mirar hacia delante, buscando el coche de las chicas, o asegurarnos de que esos monstruos no nos perseguían. Mientras, no podía dejar de acariciar el martillo, que no había soltado de mi mano.

Fermín frenó de repente, provocando que una lluvia de piedras salieran disparadas hacia los árboles.

-”¿Qué ocurre?”, pregunté
- “Mira”, fue su escueta respuesta.

El toyota de las chicas estaba empotrado entre dos árboles, a punto de deslizarse por un precipicio. El miedo, la angustia, el recuerdo de sus maridos muertos, sin duda no eran los mejores copilotos.

Bajé del coche, sin soltar aún el martillo, como si fuera un talismán. Los laterales del coche estaban atrancados, el vehículo se había fusionado con los árboles. Las chicas parecían estar bien, muy nerviosas, llorando y con alguna herida superficial que hacía que sus rostros parecieran vivir una experiencia aún más dramática que la que les había tocado en suerte.

Reventé a martillazos el cristal del portalón trasero, y entre Fermín y yo las rescatamos. Justo cuando salía Nuria, María, Andrea y Lola empezaron a chillar. Estaban aquí. Se les veía llegar, como una masa informe. Sin prisa pero sin pausa.

Hear the trumpets, hear the pipers. One hundred million angels singing
Multitudes are marching to the big kettledrum. Voices calling, voices crying
Some are born and some are dying. It's Alpha and Omega's kingdom come

Escucha las trompetas, escucha a los gaiteros. Cien millones de ángeles cantando. Multitudes marchan al son del gran timbal. Voces que llaman, voces que lloran. Unos nacen y otros mueren. Es el Reino del alpha y el omega.
Rápidamente, se metieron las chicas en el coche. Pero tuve una idea... rasgué unos trapos que estaban en el maletero del toyota y los introduje en la boca del bidón de gasoleo de emergencia que llevabamos en él, como en cada coche. Empapé los trapos de combustible, los prendí y arrojé el bidón dentro del coche.

Una vez en el Land Rover, tuve que aguantar la bronca de Fermín. La maniobra nos había puesto al límite. Incluso había tenido que atropellar a un par de esos seres para poder escapar. La mano de uno de ellos se había quedado enganchada en las defensas delanteras, como un siniestro trofeo de caza o un adorno un tanto friki.

Pero lo que vi después me gustó. Mi instinto había acertado. El fuego les asustaba, les hacía huir. Ya no andaban todos en la misma dirección, tomaban distintos caminos para alejarse del fuego. Correr no corrían pero desde luego ninguno se quedaba quieto ante el fuego. Y eso, les hacía vulnerables. Si se disgregaban, se les podría cazar: atropellar, quemar... o ¿porque no? ¡acabar con ellos a martillazos!

Pero no era el momento para ello. El sol parecía próximo a salir. Quien sabe que efecto podría tener en ellos.

And the whirlwind is in the thorn tree. The virgins are all trimming their wicks. The whirlwind is in the thorn tree. It's hard for thee to kick against the pricks

El arbusto de espinas arde. Las vírgenes están recortando sus mechas. El arbusto de espinas arde. Es difícil darle patadas a los aguijones.

El camino de tierra está a punto de acabar. Dentro de nada abandonaremos esa pista forestal y llegaremos a esa vieja carretera de montaña. La civilización parece estar al alcance de la mano.

Y entonces sucedió. Se ve que Fermín andaba medio dormido, pues no vió, o si la vió, pero calculó mal. Fuese como fuese, una gigantesca piedra atrapó al coche por sus bajos.

Nada que hacer. Bajamos y empujamos. Pero las casi dos toneladas del vehículo ni se movían. Debíamos estar lejos de esa legión de condenados, pero a ninguno de nosotros le parecía una buena idea esperar allí a recibir auxilio.

Sacamos del coche todo lo que nos parecía que pudiera ser útil: agua, un par de mantas, una mochila con latas, alguna herramienta que hacer servir como arma, y empezamos a andar con buen paso.

Till Armageddon no shalam, no shalom. Then the father hen will call his chickens home. The wise man will bow down before the thrown. And at His feet they'll cast their golden crowns.
When the Man comes around
 
Hasta el Día del Juício Final, no tendrás paz, no habrá paz. Luego, el gallo llamará a sus pollitos al corral. El  sabio se inclinará ante la lanza. Y a sus pies depositará sus coronas de oro.
Cuando El Hombre esté próximo.

Corrimos, bajo ese sol que cada vez subía más, y que calentaba con un rigor creciente. Estábamos  agotados, el sudor nos empapaba, pero no podíamos permitirnos el descanso.  Cuando llegaromos al valle y miramos arriba, pudimos verles en movimiento. No paraban, y parecía que iban en nuestra dirección. Se ve que la carne de Joaquín y la de Pablo les había parecido un estupendo piscolabis.

No, no podíamos permitirnos un descanso, ni tan siquiera buscar una sombra. El sol no detenía a nuestros perseguidores, aún más, parecía darles más energía. Teníamos que darnos mucha prisa. La carretera principal estaba próxima, si aguzabamos el oído nos llegaba el rumor de los camiones lanzados a toda velocidad.

Fue entonces cuando Lola se desmayó. No podía más. El cansancio y las emociones fueron superiores a las ganas de salir de allí. Aún tenía manchas de los sesos de Joaquín en su vestido. Del padre de su hijo, que llevaba dentro, y que impedía que su paso fuera tan ligero como el de sus compañeros.

Fermín y yo construyeron unas improvisadas parihuelas y subimos el cuerpo exánime de Lola sobre él. Continuamos la marcha, otra cosa hubiera sido un suicidio.

Whoever is unjust let him be unjust still. Whoever is righteous let him be righteous still. Whoever is filthy let him be filthy still. Listen to the words long written down.
When the Man comes around

Quien es injusto, que siga siendo injusto. Que el justo, lo siga siendo. Quien sea inmundo, sea inmundo. Escuchad las palabras escritas hace tanto tiempo.
Cuando El Hombre esté próximo.


Las chicas apenas podían continuar. Las zapatillas blancas de Nuria ya estaban rojas, la sangre de sus pies las teñían de forma inmisericorde. Pero eran mozas bravas, duras. Más duras aún que ellos. Sobreviviríamos todos, o todos moriríamos aquí.

Pensé por un momento dejar que llevasen mi extremo de la parihuela entre Andrea y María, y así poder volver, martillo en ristre, a cargarme a unos cuantos de esos monstruos y así frenarles. Pero era consciente de que poco o nada iba a ralentizar su avance, y que mi muerte sería, además de horrible, gratuita.

Si al menos hubiéramos cogido los malditos teléfonos... Aquí ya tendrían cobertura, y aunque quizá lo que nos mandaran fuera una ambulancia del psiquiátrico, que lo que nos había pasado les costaría mucho ser no entendido sino meramente creído, al menos ya estaríamos a salvo.

Y pasó. Nuria finalmente se fue de bruces al suelo. Al andar mal, era fácil que tropezara. Parece que se había torcido un tobillo. Cargué con ella a hombros, mientras las dos chicas le sustituyeron en la improvisada camilla.

A punto de reventar llegamos a la carretera. Y no vi más. Mis ojos se nublaron y me derrumbé, tan largo como era, en el suelo. El agotamiento y el sol pudieron conmigo.

In measured hundred weight and penny pound
When the Man comes around.

En toneladas y gramos medidas.
Cuando El Hombre esté próximo.


Desperté en mi cama de la cabaña. La luz se filtraba por entre las ranuras de la persiana de madera. Todo ha debido ser un sueño. Un sueño provocado por la insolación que he pillado corriendo bajo el sol, con éste calor, todo el día. Que tonto he sido. Menuda pesadilla.

Llamaré a María para decirle que estoy mejor.

- “¡María! ¡María!”

Entonces escuché esos disparos. Me incorporé, me asomé para ver el exterior de la cabaña a través de los resquicios que la persiana dejaba a la ventana y ¡Dios mío! ¡los ví! ¡los seres de mi pesadilla! ¡estaban aquí!

And i heard a voice in the midst of the four beasts, and i looked and behold: a pale horse, and his name, that sat on him, was death, and hell follwed with him.

Y escuché una voz en medio de las cuatro bestias, y miré, y vi  un caballo pálido, y el nombre de quien estaba sentado sobre él, era la muerte, y tras él, tan solo el infierno le seguía.



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