Reencuentro con mis amigos muertos
Haciendo recuento, puede parecer curiosa la gente rara, diversa, y de procedencias dispares, que he tenido la suerte de conocer, tratar, y en algunos casos, tambien contar con la fortuna de hacerme amigo suyo.
He compartido mesa y mantel, y profunda amistad, con divisionarios, guripas que fueron a morir por España lejos de España, en la nevada Rusia, y se enfadaban por no haber muerto ellos en lugar de sus, decían, mejores camaradas. A un antiguo terrorista del FRAP. A un español que estuvo en un campo de concentración, salvado de convertirse en cenizas pero con su matrícula tatuada indeleble, a veteranos legías que dejaron camaradas en las arenas del sahara y a, llamemoslo, Remigio.
Remigio, a quien no citaré por su nombre real por lo que se verá, era un niño de la guerra. Sus padres, del PCE, decidieron alejarle de los horrores de la guerra incivil que hacía arder la piel de toro en esos años duros. Su padre murió en el Ebro y su madre, simplemente, desapareció de la historia.
Remigio se quedó en la URSS, vivió allí, estudió ingeniería, se casó con una rusita hermosa, que con el tiempo le llenó de hijos y nietos, y, aunque amaba España, se sentía también ruso. Remigio vivió feliz allí, hasta que el muro se desplomó, y con él, el régimen que el adoptó como propio.
Poco más que la URSS sobrevivió su mujer. Fallecida ésta en 1993, se vio ante un dilema: la vida allí se le hacía cuesta arriba económicamente, mientras que en España veía posibilidades de cobrar una pensión que complementara la que cobraba como ruso. Además, aunque su hija estaba muy bien colocada, una estupenda ingeniería química que trabajó con premios nobel, con un marido magnífico y cinco hijos, su hijo varón lo tenía mal. Joven con la carrera de medicina a punto de acabar se encontraba con un futuro oscuro.
Pero no solo era un timbre económico lo que sonaba: sobre todo, amaba a España. Si, Rusia, la URSS, era su segunda pátria, pero España era su madre, y la echaba de menos. Quería volver a ver Bilbao, y ser enterrado allí.
Así que vinieron los dos a España.
Y le conocí, por esos azares que tiene esta perra y puerca vida. Nos hicimos amigos, y me regaló unos cuantos recuerdos: libros en ruso, que aprecio a pesar de que mis conocimientos de ruso apenas pasan de "Papa fuma pipa en la sala" y "Mamá ve la televisión en la cocina", libros en español editados en Rusia y vinilos y pizarras. Música clásica grabada en la URSS. Discos relucientes, espejitos, lo que no siempre quiere decir que se escuchen bien. Los rusos, como también hacían los estadounidenses, "reciclaban" los discos de pizarra: los lijaban y se volvían a grabar, provocando un sonido característico en la nueva grabación. Amaba el vodka e intentaba hacermelo amar, aunque sólo conseguía provocarme arcadas. A cambio, yo le traía botellas de buen jerez, y charlabamos, discrepando absolútamente, de religión, de política, de literatura, y coincidiendo absolútamente en música y... en el amor a España.
Hoy, trabajando en casa, he hecho una selección de discos. Y entre ellos, me encuentro con un disco de canciones populares soviéticas cantadas por Boris Shtoklov, un barítono soviético que poco menos que héroe del pueblo era. Y me he acordado de Remigio, claro. Me he acordado de cuando, en aquel bar mugroso y miserable en que tomábamos café negro largo muchas tardes, un día sacó casi a patadas a dos "okupas" que empezaron a molestar al personal. Con su bastón y su mala leche, escupiendo insultos en ruso, a esos dos aprendices de porqueros sin más cerdo que ellos mismos, pusieron pies el polvorosa. Me he acordado del desencanto que le producía la izquierda española y de la estupidez que decía congénita en la derecha, sin más nacionalidad que el dinero.
El disco, aun tiene un adhesivo con el precio. 1,67 rublos. No tiene fecha de grabación, pero yo diría que es de los tempranos 50. Y un sonido... un sonido que me hace celebrar con Remigio nuestra amistad, yo aquí y él, que no creía en el cielo, donde quiera que esté.
Quien si se sabe donde está, es su hijo... que está en el PP. Nunca usa su segundo apellido ruso, y ha hispanizado su nombre. Parece que se avergüenza de su procedencia.
Y yo, que estoy tan lejos de la ideología de Remigio como de la de su hijo, no me avergüenzo en absoluto de él, y aquí lo proclamo. Es más, hay algo que me une a Remigio: su amor a España. La sentía y le dolía. La amaba porque no le gustaba.
Como a tantos de nosotros.
Etiquetas: amigos, mi casa: que pasa
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio