Breve cuento legionario que bien podría ser de Navidad
Todo cuanto le rodeaba era caos y desolación. La gente solía fijarse únicamente en la debacle económica, pero él iba lejos, más lejos.
Él se daba cuenta de que el principal problema era más profundo. Le era imposible pasear por determinadas calles de su ciudad sin arrugar la nariz por el hedor a azufre.
Llegó el momento en que sólo cabía dar un paso adelante, o atrás. Darlo atrás suponía asistir impávido al suicidio de su civilización. Darlo adelante implicaba que no habría retorno posible. Que sólo la Victoria podría salvarle de la muerte. Pero ¿que diablos? La muerte ya asomaba su hocico por debajo de su puerta y, además, durante mucho tiempo fue su más fiel compañera, en los duros años bosnios.
Buscó esa fusca que escondió tras el armario y su viejo listín telefónico. Lanzó ese viejo grito entero y exacto que resultaría esencial.
¡A mí la Legión!.
A esa orden, eterna ya, respondieron como un sólo hombre todos sus antiguos camaradas. Vagabundos o ejecutivos. Funcionarios de sello y firma o vendedores y repartidores. Porque se daban cuenta de que en esa voz no estaba sólo ese viejo legía, sino que tenía ecos de la única voz que hoy podían escuchar y atender sin sentirse traidores, la del fundador.
Pero salió un grito tan desgarrado, tan profundo, desde lo más hondo de su alma, que traspasó los límites convencionales de la lógica y el sentido común. Atravesó los cielos y allí, el arcángel San Miguel se ajustó los correajes y llamó a filas a sus tropas celestiales. Sus flamígeras espadas serían la cobertura aérea que ese grupo de locos iba a necesitar.
El resto, es sólo historia. Mater Hispania Vincit.
Él se daba cuenta de que el principal problema era más profundo. Le era imposible pasear por determinadas calles de su ciudad sin arrugar la nariz por el hedor a azufre.
Llegó el momento en que sólo cabía dar un paso adelante, o atrás. Darlo atrás suponía asistir impávido al suicidio de su civilización. Darlo adelante implicaba que no habría retorno posible. Que sólo la Victoria podría salvarle de la muerte. Pero ¿que diablos? La muerte ya asomaba su hocico por debajo de su puerta y, además, durante mucho tiempo fue su más fiel compañera, en los duros años bosnios.
Buscó esa fusca que escondió tras el armario y su viejo listín telefónico. Lanzó ese viejo grito entero y exacto que resultaría esencial.
¡A mí la Legión!.
A esa orden, eterna ya, respondieron como un sólo hombre todos sus antiguos camaradas. Vagabundos o ejecutivos. Funcionarios de sello y firma o vendedores y repartidores. Porque se daban cuenta de que en esa voz no estaba sólo ese viejo legía, sino que tenía ecos de la única voz que hoy podían escuchar y atender sin sentirse traidores, la del fundador.
Pero salió un grito tan desgarrado, tan profundo, desde lo más hondo de su alma, que traspasó los límites convencionales de la lógica y el sentido común. Atravesó los cielos y allí, el arcángel San Miguel se ajustó los correajes y llamó a filas a sus tropas celestiales. Sus flamígeras espadas serían la cobertura aérea que ese grupo de locos iba a necesitar.
El resto, es sólo historia. Mater Hispania Vincit.
Etiquetas: Cuentos
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