El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

martes, 7 de septiembre de 2010

Menudo veranito

Al principio del verano, justo cuando con mujer y niños empezábamos a rodar por la carretera, sucedió algo que me hizo creer que ya tenía todas las emociones del verano juntas: vi como el coche que iba delante de mi empezaba a dar bandazos, para estrellarse finalmente con los parapetos de hormigón que separan los carriles y caer después por el terraplén que formaba el otro lado de la autovía.

Bajé del coche y saqué a la niña pequeña que iba en su sillita de bebé (¡milagrosas sillitas!), absolutamente indemne pero asustada, y la coloqué entre mis hijos, dentro de mi coche, para que se calmara, mientras auxiliaba a su madre, algo contusionada, pero menos de lo que cabía esperar. La larga espera a los servicios de emergencia me dieron el punto de cabreo necesario, que terminó de redondear el exmarido de la accidentada, que se presentó como un energúmeno al saber de lo ocurrido, y abroncándola en un momento que no podría ser peor.

Tragué mucha quina, y creí que ya tenía bastante mala leche para todo el verano. Craso error.

Dejando de lado otras minucias, la guinda, el horror final, vino el último día, a punto de cerrar oficialmente la temporada. Y vino por algo que pasó hace mucho, mucho.

Pero para eso, hace falta un paréntesis que hable de mi. Si, si, ególatra y esas cosas, siempre hablando de mi mismo. Pues si no te gusta, te piras o te jodes, que yo sigo. Y si te gusta, acomódate y escucha.

Yo nací en lo que se llama eufemísticamente una cuna baja. Padre obrero y madre que limpiaba escaleras. Pero mi padre me dio algo que vale mucho más que el dinero: ejemplo de honradez y fuerza de voluntad. Mi infancia estuvo rodeada de lo que se llama no clase media, sino baja. Donde la cultura, salvedad hecha de excepciones como la de mi propio padre, quienes a fuerza de ganas y sin estudios habían logrado una cultura general que nada tenía que envidiar a títulos de alta estirpe, solía brillar por su ausencia.

La vida, que es una cachonda, quiso que los estudios, y el esfuerzo de mis padres por ayudarme, me llevaran a unas esferas culturales diferentes. Y sociales.

Terminé con un chalet en la zona donde la alta burguesía valenciana solía morar. Sin lograr hacer muchos amigos allí, es cierto. Y sin dejar de escaparme los domingos de las misas que se dan en la zona, rodeados de gentes que me parecen bastante hipócritas en sus cultos, para ir al pueblo, a una humilde iglesia llena de desconchones por la humedad y con un gigantesco Cristo de los gitanos presidiéndola. Con gentes humildes del pueblo, con hispanos endomingados, como cuando yo era pequeño hacíamos los nacionales, gente que pide porque cree y lo necesita.

En la última visita del verano a esa iglesia, poco antes de entrar, mi mujer, que de niña ya moraba la zona, y era habitual del club social donde se reunía lo más selecto, al cruzarse con un señor, que saludó sin obtener la respuesta, me dijo que era en su día el jardinero del club social. Que tenía una hija, con síndrome de down, a la que un día, los niñatos del club violaron.

¿Un argumento de película?. No, la triste realidad que se supera. No se si la misa me aprovechó, porque el dolor y el cabreo que llevaba encima, por algo que pasó hace más de 20 años, me superaba. Me supuraba, mejor dicho.

Malditos seáis, cabronazos. Malditos seáis, porque vosotros, hijos de papá, sin respeto a reglas, que ahora seguro seréis respetables empresarios o políticos, o ambas, sois los que hacéis bueno a Marx. Vosotros, que con vuestra diabólica orgía destrozasteis a alguien, que no se como no os mató después, si no es porque en verdad era mejor de lo que vosotros y yo mismo somos. Agradezco no saber vuestros nombres.

No sé porqué, pero, sin conocer la cara de esa niña que fue violada, humillada por vuestra miseria, le pongo la faz de la otra niña, que dejé con mis hijos a principios de agosto.

Ojalá pudráis en el infierno. Y pronto.

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2 comentarios:

A las 7 de septiembre de 2010, 15:09 , Anonymous Abulafia ha dicho...

Amigo y compañero: te entiendo y suscribo lo que dices, yo sería de los que irían al funeral de esos energúmenos pero con la botella de cava, a celebrarlo. Poco me parece una muerte rápida para esos degenerados que no tienen más derecho a vivir que el de servir de conejillos de indias para grandes experimentos de laboratorio, o pequeños pero dolorosos, a elección del consumidor.

 
A las 14 de septiembre de 2010, 22:25 , Blogger Aurelio ha dicho...

Experimentos pequeños y dolorosos... eso se merecen esos miserables. De los experimentos que solamente podrían salir del cerebro de un Mengele...
Supongo que Dios les perdonará algún día, pero lo que soy yo...
Saludos

 

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