El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

jueves, 16 de marzo de 2017

El superviviente


30 de julio de 1937. Brunete. Los cañones ya no se escuchan, los tiros quedan lejos. Tan solo se ven ruinas, árboles desmochados, un trigo que no será cosechado, porque los mozos tienen en sus manos herramientas más peligrosas que las hoces. Y luego, está ese olor. El olor fétido, agridulce de la muerte. De miles de cadáveres que esperan ser recogidos, enterrados. Pero si no hay tiempo para la vida ¡cómo va a haberlo para la muerte!

Y, de repente, debajo de un bosque de brazos y piernas que por el efecto del calor y de los insectos ya tienen un aspecto muy distinto al que sus propietarios estaban acostumbrados, apareció él. Bonifacio Sánchez. De la IV de Navarra.

Tardó en darse cuenta de lo que había pasado. Estaba vivo, sí. Se palpó por el cuerpo. Vio la sangre reseca en su pecho, pero no había ningún agujero. Recordó estar apostado junto a un árbol, con su camarada Perico. Recordó un impacto, una fuerte quemazón en el pecho. Y ya no recordaba nada más hasta que hace un rato sintió un peso  terrible sobre él. Abrió los ojos u no vio nada pero oler… caramba, como olía. Se hizo hueco poco a poco hasta que consiguió salir de lo que luego descubrió era una pequeña montaña de cadáveres.

Muertos sin orden y concierto. Allí estaban los suyos, y los de Yagüe, pero también los de Lister, El Campesino e internacionales. Miró a su alrededor y vio a unos tipos arrastrando cadáveres. Parece que la batalla ha terminado, después de todo. Miró a su derecha y vio a lo lejos una bandera de Falange ondear. Bueno, al menos hemos ganado nosotros, se dijo.

Miró de nuevo el montón de cuerpos de donde había salido. No entendía nada. ¿Estaba muerto? ¿era un sueño?. El sol hizo brillar algo, se agachó y vio que era una petaca. Desenroscó el tapón y olió su contenido. ¡Vaya, coñac!. La mejor cura para los problemas mentales.

Se sentó en una piedra y se echó un buen trago al coleto. Empezó a recordar. Recordó su último permiso, cuando vio a aquel niño gitano que iba sobre un burro, y de repente, como cuando en una película de Tom Mix le dan un tiro al caballo y este cae de golpe, el burro se murió y el niño se fue al suelo. Y si, estuvo mal, pero el efecto fue tan cómico que no pudo más que reírse. Con las mandíbulas desencajadas notó una mano en su hombro. Una vieja, más arrugada que una pasa, mirándole a través de unos ojos azules, más llamativos aún por estar ubicados en ese rostro reseco, negruzco y con más roña encima que la jaula de los monos del Retiro. Y esa voz… como olvidarla. Una voz que le heló la sangre: “Yo te maldigo: robarás la vida a tus seres queridos”

Bah, se dijo, tonterías.

oOo

Pasaron los años y se dio cuenta de que no era ninguna tontería. Cuando apreciaba a alguien, a un amigo, a un familiar, cuando una chica le devolvía la mirada con algo más que curiosidad, en realidad los estaba condenando. Él se conservaba exactamente igual que en el 37. Con sus veinte años recién cumplidos. Y no solo eso, sino que había sobrevivido a tres accidentes de automóvil, una bomba, cinco tiros, una caía salvaje desde lo alto de una montaña e incluso a la caída de un avión. A él no le pasaba nada, se despertaba al cabo del tiempo, que además nunca era el mismo, sin un solo rasguño. Pero siempre, siempre, una o varias personas de las que consideraba sus amigos, morían.
Por eso en 1980 se aisló en una aldea perdida de Huesca. Con él, siete habitantes. Y a los otros seis procuraba ni verlos. Durante años bajaba de su picacho a la tienda de Cosme para comprar avituallamiento. Cuando apareció Internet, ni eso: todo lo compraba por la red y solo veía al mensajero. Ansiaba el momento en que los drones fueran capaces de hacer ese papel y así no arriesgarse ni con el mensajero.

Por el dinero no había problema. Cuando sus padres murieron vendió sus terrenos y las fincas de labor y tuvo la suerte o la genialidad de invertir el dinero en la construcción de fincas. Nunca vendía los bajos comerciales, que mantenía alquilados. De ahí le salía una renta que iba directa al banco a través de las agencias que lo alquilaban, y podía vivir sin hacer más que pasear al sol y leer. Su único problema ahora era evitar las murmuraciones. Que nadie se diese cuenta de su edad, porque la verdad es que no aparentaba ser un centenario.

En los primeros años fue fácil. Primero todos creían que pertenecía a uno de esos fenotipos que aparentan ser jóvenes hasta bien entrada la madurez. Luego, se tiño el pelo con canas. Pero a partir de la década de los 60, se dio cuenta de que empezaba a despertar sospechas. Se mudó y pasó 20 años interpretando el papel de su propio hijo, usando su mismo nombre y apellidos. La documentación falsa se la facilitó por unas pocas perras un antiguo camarada de la IV de Navarra que estaba en interior y no hizo demasiadas preguntas. Y aunque las hubiera hecho: el abrazo que se dieron le costó que al salir muriese fulminado de un infarto.

Bonifacio llevaba un diario de su longeva vida. Se lo impuso hace mucho tiempo como medio de aislarse consigo mismo. Cuanto más tiempo estuviera concentrado, menos amistades podía hacer. Una vez aislado, siguió con el ritual. Aunque el título que le dio a sus memorias le sonrojaba, decidió mantenerlo para auto fustigarse: “Solo quisimos ser jóvenes”

oOo

Poco antes de recluirse en la aldea, Bonifacio quiso despedirse de sus camaradas. Muchos de ellos están enterrados en el Valle de los Caídos. De pie delante de la pared que le separaba de los huesos de quienes fueron jóvenes como él, notó un resplandor. En aquellos años sin móviles, cuando las fotos eran pocas y se conservaban para toda la vida, un padre fotografió a sus hijos a su lado. Por el ángulo habrá sacado su cara pero… en fin, qué más da. Es una foto destinada a perderse en una caja de zapatos, hasta que salga de la misma para ir a la basura. No hay problema.

oOo

Pero vaya si lo hubo. Aunque eso no lo sabría hasta que pasaran casi cuarenta años más.
Bonifacio abrió la puerta al repartidor de la empresa de mensajería. El tipo que se lo entregó, que de chavalín tenía ya poco, se quedó mirándole como si hubiera visto a un muerto. Anque quizás si lo había visto.

Bonifacio no hizo caso, pensó que el tipo había fumado cosas raras. Llevaba tantos años aislado que era imposible que nadie le reconociera.

Sin embargo, Juan Manuel, que así se llamaba el repartidor, no pudo quitarse esa imagen de la cabeza. Cuando llegó a casa miró la foto enmarcada que presidía su salón. Esa donde aparecía con sus dos hermanos, ya fallecidos, que le hizo su padre en el Valle de los caídos en el arranque de los años 80. Si. Claro que le sonaba. Era él. Era el desconocido que aparecía en la foto, al que miraba todos los días desde hacía alguna década. Su cara la conocía muy bien.

Juan Manuel había apuntado su nombre. Lo googleo, pero no encontró nada. Pidió ayuda a un par de amigos, uno policía y otro una rata de biblioteca. Alguno de los dos igual le averiguaban algo. Hizo sendas copias de la foto y se las dio.

Y lo que averiguó le llevó a unos pasos de la locura.

Entre unos y otros averiguaron que con ese mismo nombre había cuatro personas, de las que en dos casos no había noticia de su fallecimiento. Uno nacido el tres de marzo de 1917, y el otro el mismo día de 1947. Aun había más: repasando viejos volúmenes con fotos de guerra, encontraron una foto de unos soldados de la IV de Navarra donde uno de ellos era como una gota de agua al tipo de la foto de su salón.

Pero ¡no podía ser! Ese hombre tenía 20, a lo sumo 25 años, es imposible que tuviera 70 y mucho menos 100 años. Por la ubicación de la foto, pronto encajaron otra pieza en el puzzle: ese fantasma estaba delante de los muertos en la batalla de Brunete. Batalla donde, si, participó la IV de Navarra.
 
oOo

Juan Manuel fue a un par de periódicos con su historia. Solo consiguió risas. Al salir del segundo, su humillación era tal que decidió no volver a hacer el ridículo así. Cogería el toro por los cuernos. El mismo profundizaría en la historia. Iría a verle.

oOo

El sábado siguiente fue a verle. Bonifacio se extrañó al abrir la puerta, pero cuando Juan Manuel le puso delante de sus ojos la foto del Valle, le hizo pasar. Sus dos amigos le esperaban en el coche.
Al cabo de unos momentos, Juan Manuel salió con una sonrisa. Juan Manuel le dijo a sus amigos:
Venid conmigo. Le he contado la historia y dice que hay muchas cosas que necesita explicarnos. Nos invita a pasar y comer con él. Es un tipo muy afable. Seguro que nos hacemos buenos amigos.

No, no tenía que parecer un accidente. Lo sería, seguro.

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