De papers, labios comedores, cornamentas, vicerrectores y otras monsergas.
De papers, labios comedores, cornamentas, vicerrectores y
otras monsergas.
Conforme pasa el tiempo y voy observando la fauna y flora
que puebla los arrabales de la universidad, más creo que, parafraseando a
Chesterton, esta es algo grande y bien cimentada, pues en caso contrario la
ruina sería tal que los cascotes nos enterrarían hasta el colodrilo.
Para no señalar, voy a contar una bella historia hipotética.
Observe, señoría, que señalo que todo lo que viene a continuación nace única y
exclusivamente de mi calenturienta imaginación, y que nada puede ser visto como
reflejo de la realidad, ni en actuaciones ni mucho menos en personas.
Una vez sentada la premisa de partida, vamos a ello.
Hablemos de Periquillo. Hace tiempo que Periquillo sabe que se
jubilará sin ascender de categoría. Que no está hecha la miel para la boca del
asno ni la cátedra para los inmundos seres políticamente correctos.
En el banquillo de los desahuciados Periquillo conoció a
Doloretes. Doloretes tenía claro también que nunca ascendería, pero no por
razón político-ideológico alguno, no. Sabía que no lo haría porque es tonta del
culo, y ella era consciente de ello.
Entró en la universidad en una de esas tandas que con el
siglo se abrieron, en puestos mal pagados pero desde los que, casi tan solo con
calentar banquillo, se podía llegar a una estabilidad laboral. Como era incapaz
de escribir nada con sentido, se sabía en el barco de Periquillo quien, como en
el fondo sentía lástima por ella, a sabiendas de que algo suyo sería
inmediatamente rechazado sin más, le escribió un par de artículos para que los
firmara y así que el curriculum de Doloretes no fuera una inerme línea plana.
Pero, a todo esto, hubo dos encuentros vitales en su camino:
un antiguo compañero de carrera, ahora bien ubicado en la industria, con un
sueldo de interés compuesto que se enamoró de su larga cabellera dorada y un
vicerrector al que llamaremos Heráclio.
Heráclio era un tipo singular: pío como bandera, discreto y
al que faltaba mostrar el cilicio para que nadie dudase de su integridad
espiritual, que al tiempo, "tenía mano" en todas las revista de la
red de la ciencia, donde con solo acercarse se abrían las puertas y ventanas
para que sus publicaciones pasaran.
Abreviemos, que esto se eterniza. Heráclio en realidad no
era tan casto y puro como su apariencia
vendía. Llegó a un acuerdo con Doloretes. No voy a entrar en detalles
escabrosos, pero en el acuerdo quien más daba era Heraclio: daba "papers"
firmados en coautoría con Doloretes, daba puestos de envergadura en la gestión
de la Universidad Prosopopéyica de Aquinostán, y daba también fluidos
corporales que eran rápidamente sorbidos por los carnosos labios de Doloretes.
A esa terna pronto se sumó un puesto en la universidad para
el marido de Doloretes, a quien en confianza los compañeros llamamos el venado.
(Nunca supimos si sus vértebras son de titanio o adamantium, para poder
soportar el peso de tamaña cornamenta sin quebrarse). Y, como regalo final,
cuando Heráclio se hizo mayor y eso de los intercambios carnales ya no suponía
más que un deporte de riesgo, hizo a Doloretes la Santa Inquisidora de
Investigaciones, de tal modo que cualquier investigación, aunque no entienda de
ella más que de la composición de lás heces de mono, debían pasar bajo su cuño
(con u) censor.
Tranquilos, que ya voy cerrando.
Llegó el momento en que Periquillo se dio cuenta de que, a
base de tesón, y de mandar a evaluar sus trabajos a lugares donde no le
recordaran como claustral con su bella camisa azul oscura con un cangrejo de
adorno, podría ir generando un curriculum. De forma lenta y desagradable, si.
Pero posible.
Lo que Periquillo no previó era esa nueva Inquisición que,
para más INRI, era infranqueable y que, por el tiempo en común pasado en el
banquillo, era además absurdo intentar ponerse de perfil para ser invisible.
Así pues, Periquillo decidió preparar un regalo de Navidad,
a modo de desahogo. Envió una caja con bolas de colores al Sr. Venado, para que
decorara sus cuernos, y un cepillo y un paño para que les sacara lustre.
Lo curioso es que Periquillo, en el mes de febrero, no tenga
aún respuesta.
Por si esta llegara ¿algún voluntario para ser padrino de
Periquillo en el duelo que se presume?
Etiquetas: Cuentos, universidad
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