Un cuento divisionario. Mientras la muerte me permita seguir
Un querido amigo me pasa este cuento que ha eescrito y no puedo hacer menos que darle difusión por aquí.
Que aproveche.
Barro. Barro, hielo, bunkeres, sangre y camaradas. Tu necesitabas esto, aunque no lo sabías. El termómetro no se mueve, el bigote se te hiela y solo esperas que ese organillo de Stalin que barre tu sector se atasque y salte llevándose por los aires a esos ruskis y a la puta que los parió.
Se arrastra Simancas hasta aquí. Un tio cojonudo, el sargento Simancas, aunque siempre me mete en todos los fregados.
- “Tu, Juan, pilla dos cintas de ametralladora, y sígueme”
A la muerte, a la muerte con la División Azul, cantábamos en el campamento de Grafenwöhr. Claro que aun nos quedaba recorrer media Europa a pie y helarnos las pelotas en Novgorod. Ahora se que no era broma. La gente del Capitán Palacios está siendo copada por los rusos y solo esa ametralladora, con dos guripas desvencijados esperando un nuevo amanecer sobre el metal aun caliente, puede salvarlos. Vencer o morir, y a no olvidar que jamás se ha de abandonar a un camarada en campo de batalla.
Arrastrándonos bajo un estallido continuo, una explosión infinita sin intervalos, Simancas va marcando la ruta. Ya está cerca, la veo. Estamos bajo una catarata de fuego, en una hora los rusos han sembrado suficiente acero a nuestro alrededor como para reconstruir la Ciudad Universitaria. Algo me ha mordido en el brazo, me detengo un segundo para mirar y la nieve roja me invita a seguir y no despegarme de Simancas. Justo es cuando todo se hace negro alrededor. Solo atino a ver la cabeza de Simancas abierta como un melón mientras en lo poco que queda de su cara una sonrisa siniestra me hace una mueca. Antes de perder el sentido solo atino a musitar “Padre Nuestro, que estás en los Cielos...” y besar la tierra que cobijará la carne rota de mi camarada.
Riga. Spanien Lazaret. La metralla del brazo estará en la basura. O igual la funden para darme una Cruz de Hierro, aquí en Rusia sabes que una de las dos cruces te ha de tocar, o de hierro, o de madera. Por fin me permiten salir a pasear; ya era hora, necesito oler a hembra, voy a ver el color del bario chino de esta mierda de ciudad.
El autobús. Un asiento. Me lo apropio y miro por el rabillo del ojo a dos policias militares alemanes malencarados. Estos kartoffen tienen malas pulgas, mejor pasar desapercibido. Y entonces la veo y me froto los ojos con mi única mano útil, no doy crédito. Una chica acaba de subir, y es clavada a mi hermana. Sus ojos, su forma de moverse como un gorrión desamparado. Me quedo absorto. Me levanto y le cedo mi asiento, pero por poco tiempo. Este par de lagartos teutones están escupíendome palabras llenas de consonantes a la cara, con un hedor de col hervida, de chucrut y strudel mal digerido. Ya veo por donde van, la chica tiene cosida una estrella de David amarilla en la ropa. Que les jodan.
Quieren que la levante y vuelva a sentarme yo. Los judios no pueden sentarse en ese asiento. Meto mi mano en el bolsillo y, de la forma más chulesca que puedo, les espeto “yo también soy judio”. Esto promete juerga, esas gambas germanas van cogiendo color y nos arrastran a la chica y a mi a la Kommandantur . Intento disculparme ante la chica, le susurro “izvinitie” y ella me devuelve una sonrisa, la primera que le he visto. Me dice “Spasiva” y yo le digo, como un título de honor “Ispansky, Galubaya Divisia”. Ni el método Berlitz.
En la comandancia, llaman a mi coronel. Casi todo el personal de servicio son rusos, bien por razones alimenticias, bien porque están mejor bajo los alemanes que bajo los comunistas. Quien sabe. De todo el personal civil solo me llama la atención una morena, enorme y preciosa, que cimbrea las caderas insinuando un culo lleno de peligros que quita el hipo. Justo lo que yo iba necesitando.
Masha Mope, que así se llama la morenaza, se acerca a nosotros. Es la traductora. Además de dominar el ruso, el alemán y el francés, chapurrea el inglés y el español. Así me gustan las nenas, guapas y listas. Que pena conocerla aquí.
Le hago entender quien soy, le explico lo que ha pasado, que corrobora Yelena, la rusa judía del autobus. Llaman a mi coronel, que llega hecho una furia. Por Masha me voy enterando de la charla que tiene en alemán con el comandante del puesto. Dice que al ser español, el se encargará de darme mi merecido y pide llevarse a la judia para completar la instrucción del caso.
Salimos Yeni (ya la llamaba así, había aprovechado el tiempo para ir conociéndola mejor), y yo acompañados por el coronel. Nos metimos los tres en el asiento trasero de su coche oficial y entonces el coronel Rivadabia, sacando un cigarro y colocándoselo en la comisura de los labios me dijo
- “Les he prometido que te daría tu merecido y eso voy a hacer. Cuando lleguemos le pides al chófer, a Lafia, que te de un par de botellas de coñac, de las mías. Y la chica...”
- “Yeni”, dije yo
- “No conviene que vaya por la calle en unos días. Nos ayudará en cocinas”
La vida en el lazareto era muy aburrida. El coñac había desaparecido, a cambio de unos cuantos cigarros y de esa mortadela alemana que sabía a petroleo, y hablar con los camaradas me ponía de mala leche. Corría el rumor de que ese culo gordo con voz aflautada que nos robó la revolución quiere mandarnos a casa. Y una mierda. Yo me quedo aquí, con permiso o sin él. Tenemos que darle la vuelta como un calcetín a esta Europa podrida de mercaderes y comunistas.
Me puse mis hosen más limpios, de un paño feldgrau impoluto, y la feldbluse. Y arreando, que es gerundio. Hoy si me voy a alegrar el pajarito. Escarmentado decido ir andando, dando un garbeo con la mano libre en el bolsillo y un pitillo en la oreja para luego. De repente al doblar la esquina, la veo. ¡Masha! ¿tan lejos de aquí?. Sus ojos se abrieron aun más que de costumbre. Me agarró del brazo bueno y me empujó a un portal. En un castellano clarísimo, con ecos de las fuentes de Lavapiés me habló
- “Vete. La resistencia va a cazar a todos los alemanes que hoy estén en esa parte de la ciudad”
Coño con la rusa, que no es rusa.
- “Me vas a disculpar, monada”, dije mientras la encañonaba con la fusca, ·”pero vas a ser tu quien me cuente que está pasando aquí, quien coño eres y de que vas”
Se veía nerviosa, a ese bombón. Está que cruje, la condenada. Asomó la cabeza fuera del portal, sacó una llave enorme y oxidada y abrió.
Miriam, que así se llamaba de verdad esa Vénus, Míriam García, que más del foro no podía ser, era española, si. Española, comunista y espía, toma trío. Sacaba información del cuartel y la llevaba a su contacto, en una casa de putas sucia y destartalada. Si alguien la veía siempre podía creer que sacaba dinero extra para cuidar a su anciano pope o a su matruska. Hoy había decidido salvar mi vida, se ve que le gustó lo que hice por la judía.
Etiquetas: amigos
5 comentarios:
Me dejas sin palabras.....
¿Para mal o para bien?
¿ a ti que te parece jodio ?
I M P R E S I O N A N T E
Obliga a tu amigo a que siga con la historia, se pone la cosa interesante.
Precioso, lo que me me ha gustado es eso de ¿continuara?.
Hermoso relato. Me ha recordado un poco al estilo de Rafael García Serrano.
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