Historias de la posguerra, toma I
Voy a contaros una vieja historia. Una de esas tantas que me contaron al calor de mesa camilla viejos ya fallecidos, con sabor histórico y camaradería en sus labios.
Resulta que un capitán de la Legión, después de la guerra civil, es destinado a Larache. Mientras va preparando las cosas para que su familia, mujer e hijos, vayan a vivir con él, la mujer enferma. Enferma gravemente y es avisado para que vaya a urgencia a la península.
Pero llega tarde. Los viajes en aquella época no eran lo rápidos que ahora pueden llegar a ser y, no solo no llega a ver con vida a su esposa, sino que a ésta, ya la han enterrado. Sus hijos están con sus suegros y lo tienen todo preparado para el traslado a Larache pero...
Pero el no se conforma. Quiere ver por última vez a su mujer. Remueve Roma con Santiago para lograr exhumar el cadáver, pero no lo consigue. Así pues, hombre de acción, se hace acompañar por un par de legionarios que residían en su ciudad, a los que conoció durante la guerra, y saltan las tapias del cementerio por la noche. Encuentran la tumba, la abren y... ¡nada!
El ataúd está vacío. Tras la estupefacción, dejan todo como estaba, localiza al sacristán, le pone la pistola entre los ojos y le pregunta lo que todos imaginamos que diríamos en esas circunstancias: ¿Donde coño está el cuerpo de mi mujer?.
El sacristán le confiesa (que cosas) que, de acuerdo con el dueño de una fábrica de embutidos local, le avisaba de cuando un muerto "rellenito" era enterrado (y su mujer era un tanto gordita), y éste les pagaba a él y a los dos enterradores un dinerito a cambio del cadáver para que, después, la palabra fiambre tome todo su cuerpo: con la carne, hábilmente mezclada con carne de cerdo y otras, preparaba delicias que se vendían en las mejores tiendas de la localidad.
El capitán mandó a sus hombres a sus casas y, cuando se supo a solas con el sacristán, le descerrajó dos tiros. No sin antes averiguar las direcciones de los enterradores y la del director de la fábrica, a los que también dejó un recuerdo de arma reglamentaria dentro de su cráneo.
Una vez hecho ésto, se presentó al gobernador militar de la plaza y se lo contó todo. Éste, alarmado por lo que escuchaba, le ordenó que se sentara y, tras una breve reflexión, le dijo:
"Mire, debería mandarle a un tribunal militar, pero si esto se destapa, el escándalo que se formará en la población, y los tumultos que se pueden ocasionar, no tendrían nombre, así que usted se vuelve a Larache con sus hijos y, por lo que mi respecta, nunca ha vuelto a la península".
Y así, el secreto se guardó... hasta que el hijo del capitán me lo contó, con un par de copas (una de coñac y otra de jerez) delante una fría tarde de invierno.
La realidad, supera a la ficción.
Etiquetas: Mundo fané
4 comentarios:
Me dejas impresionado con la historia. Como tu bien dices, la realidad supera a la ficción.
Suerte con los críos, a veces se hace todo muy difícil.
PD: Enséñales a defenderse y a saber qué hacer en qué momentos, sé que es mucho más fácil decirlo que hacerlo... pero es de las pocas cosas que se pueden hacer.
Y luego, autoestima: Artes marciales, futbol, natación... cualquier cosa motivante le harán sentirse fuerte frente al mundo.
Oye: no me lo puedo creer, ¿vale? ÔÔ
Si es verdad, da dos golpes, si no lo es, sólo uno ;)
Es real como la vida misma. El capitán siguió su carrera en la Legión, donde llegó a coronel. Solo lo contó a sus hijos, y cuando fueron mayores, para que supieran lo que había pasado con su madre. Nunca volvió a casarse, ni a tener pareja alguna.
Yo conozco la historia hace veinte años. Ahora, con el capitán y sus hijos muertos, creo que puedo romper ese silencio, aun sin dar nombre alguno. Y no por preservar a nadie de delito alguno, pues estos ya han prescrito, y más con la muerte de los que podrían ser inculpados: el capitán, los legionarios y el superior jerárquico, sino por respeto a la memoria de su hijo, que fue quien me lo contó.
Por cierto: toc, toc
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