Cuento ocasional e irascible
Sucedió en una parroquia valenciana. Los fieles, cada vez menos y más viejos, se sorprendieron por la presencia de unos chavales muy raros; vestidos de mamarachos, vamos, con ropa oscura y mirada turbia.
Los miraban raro, no hacian más que reirse. Espectacular fue cuando se dieron morreos los tres, dos fulanos y una guarrilla, cuando llegó la hora de darse la paz. Un fiel que observaba el espectáculo cabreandose cada vez más lo que iba a hacer era darles es un guantazo, pero por no armarla se contuvo.
Cuando se levantaron a comulgar y los vio pasar, con cruces invertidas, estrellas de cinco puntas, más litros de pintura en la cara que una sucursal de titanlux, pegando saltitos y arrastrando unas túnicas negras tan cutres que Rappel se avergonzaría de ellos, la tentación de ponerles la zancadilla fue sublime. Pero nada, a callar.
Se dio cuenta de que se guardaban la forma. Y mosqueado, se fue a los últimos bancos de la iglesia. Al verlos marcharse con la forma en la mano, se dijo, parafraseando a aquel curita navarro que defendió su parroquia en febrero de 1936: "vosotros quereis llevaros una hostia, y la verdad es que os la vais a llevar de verdad. Regalo de la casa".
Cuando el primero de ellos, un tipo delgado, alto, y más feo que un escupitajo de tuberculoso zerolítico, intentó salir, le cogió de la cola de caballo, casi como en los tebeos de Asterix, y lo dobló hacia atras. Fue entonces cuando el otro mamarracho entró en carga pegandole por la espalda y la zorra salió a escape gritando "que nos pega, que nos pega".
El golpe fue duro, denso, pero en esos momentos la tensión acumulada hizo que importara poco el dolor. Aprovechando lo que a mano habia (una bolsa repleta de libros recien comprados en una librería de ocasión) el irascible y, digamoslo ya, algo cascarrabias heroe por accidente, le atizó entre ceja y ceja una dosis de cultura. Pa que vayas aprendiendo. El de la coleta chillaba como una nena y los fieles llamaban a la policia mientras recuperaban lo que los profanadores se querian llevar.
Un policia nacional que pasaba por la calle, de paisano, se acercó y le dijo "no salga usted corriendo porque no podría detenerle", y aunque el irascible siente respeto por la autoridad entonó el "pies para que os quiero", hasta hoy.
La sentencia de los profanadores ya ha salido: no hay. A la calle y ya está. Nada de delito contra los sentimientos religiosos. Libertad de expresión cohartada por un fascista que, que cosas, se escapó. A ese si le llegan a pillar le hacen un Nuremberg.
¿Sucedió?. ¿Me lo he inventado o es real?. Juzgad.
Etiquetas: gilipollas
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