La sexta en bolas

Mi mujer no es una mojigata, no. A pesar de tener una educación cuidada en un colegio de monjas, en muchas cosas, mentalmente, es mucho "más joven" que yo. No me gusta decir liberal, porque es un término que la política ha prostituido, y al que yo le encuentro matices mucho más ricos que los que se les suelen aplicar, pero sería el término que se entendería.


Ella tiene un trabajo de esos que esclaviza las horas y te sorbe el alma, de sol a sol, no por la liberación de la mujer y otras gilipolleces varias que la progresía de la hoz y el martíni nos quiere vender. No. Solo por el vil metal, porque hoy una familia no se sostiene con un solo sueldo, sobre todo si no quieres que tus hijos se adocenen en los cada vez más laicos –o satánicos casi- colegios públicos (vea usté, un defensor de lo público como yo, diciendo esto… pero es lo que hay). Claro que tampoco estos curas son lo que eran, pero se entiende porque el jamón que me como hoy es una mierda, y el que me comía de niño una virguería.


Menor rollos. Resulta que teníamos que llevar a mi hijo mayor al médico a una hora rara, la una de la tarde, 13:00 para los pijos. Y como yo tenía una reunión inaplazable en la universidad (moriremos de reunionitis, esta creo que era para decidir el cambio de callista del rector), ella fue a recogerlo al cole, a salida de 12. El nano encantado, por un día se libra de la putrefacta ensalada del catering que nos cobran a precio de caviar.

Y como sobraba tiempo, para no pasear entre cacas de perro y esputos de inmigrantes marranos, que de eso esta minada mi calle –no, no es xenofobia, los españoles aquí parecen no emplear tan castiza costumbre, pero los moracos los hacen con unos colorines y estilo que riaseusté del carnaval gay-, se fueron a casa.


Mi mujer no tuvo más feliz idea que poner la tele para hacer tiempo. Hizo tiempo y mala leche. Le dió al zapping, cosa normal para evitar tragarse un bodrio específico, pero que no evita tragarse una macedonia de excrementos mentales variados.


Todo con el tono marrón de costumbre, hasta el verde de la sexta, que del logo, inunda las pantallas: cascan en la zona baja un anuncio de un programa futuro, donde sale una tiorra chupándole el órgano –no, el hammond no, la polla- a un fulano, y otra imagen con dos tías siendo horadadas asíncronamente por un tipo que no parecía tener voto de castidad.


Mi mujer, nada mojigata, como hemos convenido, se escandaliza de que eso lo pongan a las 12 y pepico.

Y yo le recuerdo que mi propuesta de desintonizar la sexta se mantuvo un día, y que ella me forzó a volverla a sintonizar, bajo sus amenazas de comer latas y dormir en el rellano hasta que no plegara banderas.


¿Pero que coño esperaba de una emisora tóxica, sin más valores que los que el gobierno les regala en bolsa?

A la mierda la sexta, a la mierda Buenafuente y Milikito, y a la mierda con su programación. De paso, a la mierda sus programadores y el Gayoming ese. A este paso, me quedo sin más canales que el de Suez y el que mi doña de vez en cuando me cede en uso y disfrute, pero me da igual.