El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

miércoles, 8 de febrero de 2012

A vista de pájaro

Otra historia, cedida por un querido amigo. Yo la he disfrutado.

A vista de pájaro

Polvo. Mucho polvo, suciedad, trastos apilados, cachivaches imposibles arrinconados, formando montones que amenazaban con derrumbarse. Estanterías desvencijadas, un viejo mostrador, un techo con la pintura cuarteada y telarañas de todas las añadas. Hilos de luz que se filtran desde la calle y unas cuantas bombillas que dan una luz mortecina cuando el sol decide marcharse.

Poco más puedo ver desde donde estoy. Trastos. Trastos y el continuo deambular de Amadeo, un vejete con cara simpática y calva antológica, indefectiblemente vestido con un guardapolvo color café que tan sólo dejan asomar unos pantalones azules raídos y unos zapatos que debieron ser nuevos cuando Amadeo era joven.

Amadeo paseaba de continuo por el local, enredando por los pasillos que él mismo había construido apartando las pilas de trastos, procurando una imagen de caos organizado que se había labrado a fuerza de años. Años, muchos años son los que Amadeo debía llevar haciendo lo mismo, rutinaria y repetitivamente. Clasificar trastos, separar los útiles de los estropeados, y éstos, según si contuvieran piezas reciclables, utilizables para dar vida a otros aparatos que siguieran en funcionamiento. Muchos años, puede que desde que entró en plantilla, conversando más con los objetos que con las personas. Quizá más que con su propia esposa.

Ese cúmulo de chatarra al que nadie se acercaba a menos que fuera imprescindible, se había convertido en un segundo hogar para Amadeo. Y, de rebote, Amadeo se había convertido en el empleado más aislado del hospital.

Todo lo que se iba quedando obsoleto, o era retirado por cualquier razón, pero no podía ser tirado a la basura por ser material inventariado, terminaba reposando en ese cementerio para cacharros que regentaba Amadeo.

Sí, a veces algún técnico se acercaba buscando alguna pieza que diera nueva vida a un equipo que todavía diera servicio activo en alguna planta. Esos días eran los más felices para Amadeo, aunque quien viniera fuera un tipo muy hosco que apenas dijera hola y adiós. Sabía que ocasionalmente alguno de ellos se distraía y llevaba como por accidente algo del almacén a su casa, pensando en darle un uso mejor que el coleccionar polvo y mugre, pero no le importaba. Realmente, pensaba que era lo mejor, no entendía el porqué de esa burocracia que obligaba a que cosas en buen uso fueran languideciendo, muriendo lentamente, plagándose de carcoma la madera y cubriendo sus partes metálicas de orín, dejando que el cáncer del óxido se coma toda esperanza de reutilización, si es que el estar cubiertos de la vista de los demás por el manto del tiempo dejaba esa esperanza.

Triste sino el de los viejos. Cuando miraba a Amadeo me solidarizaba con él, me sentía tan viejo como él mismo. Y eso que, a fin de cuentas, soy un privilegiado, no estaba en un montón de cacharros, o en una caja sucia y rota. Yo estaba en una posición de honor.

Cuando llegué aquí, hace bastantes años, venía en una caja con mis hermanos. Nos sacaron de las habitaciones por alguna razón que no entiendo. Como si fuéramos cerdos que viajan al matadero. Amadeo nos sacó con cariño de la caja, nos limpió y seleccionó el que de nosotros estaba más entero, sin arañazos y con brillo. Me seleccionó a mí.

Pero de eso, hace mucho ya. Perdí la madera de mi crucifijo por la carcoma, y buena parte de mi brillo muestra las picadas de la herrumbre. Igual ahora alguno de mis hermanos tiene mejor aspecto que yo, pero Amadeo me sigue manteniendo aquí colgado, ya sin madera, como un atleta olímpico. Y es que los insectos no respetan nada sagrado, como los humanos.

Recuerdo cuando nos fueron bajando de la pared. Pensaba que, como en otras ocasiones, volvería al clavo cuando terminaran de pintar, o de reparar alguna cosa. Pero no fue así. Se escucharon algunas protestas, pero pocas; lo políticamente correcto y sus servidores eran más que los que nos amaban. Muchos menos aún pidieron llevarse a alguno de nosotros a sus casas, así que terminamos aquí, con Amadeo, con el destino escrito: ir languideciendo.

No, no debo quejarme. Como decía, soy un privilegiado. Amadeo me limpia y saca brillo lo mejor que puede, algo que no hace con ningún objeto más de este local, excepto con sus gafas. Hasta recuerdo haberle oído refunfuñar diciendo algo sobre hacerme un crucifijo nuevo, pero se ve que no encuentra tiempo para ello. Da igual. Sé que no me olvida, todos los días cuando llega y antes de irse a casa, se persigna ante mí. Incluso en ocasiones, como cuando operaron a su mujer o su hijo estaba haciendo el examen de selectividad, se puso a rezar delante de mí, mirándome. Es un buen tipo, no me cabe duda.

Y sin embargo...

Sin embargo desearía perderlo de vista, volver a mi vida anterior. Volver a colgar de un clavo en la habitación 658. Volver a conocer a mucha gente que va y viene, a trabajadores que ni me miraban porque simplemente era algo rutinario el tenerme allí, era parte del mobiliario. A pacientes que sanaban, y a otros que morían. Alegría y dolor. Familiares que esperan y rezan, amigos hipócritas... una fauna humana increíblemente compleja.

¡Cuánta gente me miraba con ojos dolorosos, tristes! ¡Cuántos padrenuestros me habrán rezado!. Recuerdo tantas personas, tantas caras.

Paco, camionero, duro como el pedernal, que lanzaba unos tacos capaces de despeinar a un legionario, en el silencio de la noche se transmutaba y se convertía en un ser muy amable, se humillaba, lloraba y pedía. Cuando le dieron el alta, me lanzó una mirada piadosa que no olvidaré.

Damián, agricultor. Cuando le cortaron el brazo no había quien le consolase. Quería suicidarse, sus familiares estaban desesperados. Noche tras noche se las pasaba en blanco, y una de ellas, transido de fiebre y temblores, no despegaba los ojos de mi mientras rezaba. Al día siguiente estaba más relajado, más calmado. Parecía que había asumido su nueva situación. Fue otro de los que giraron el cuello al salir para despedirse de mí con una mirada.

¡Cuántos murieron pidiéndome amparo, buscando piedad! ¡Cuántos me dieron las gracias al salir!.

También había otros que me ignoraban y otros, que Dios les perdone, que me miraban con odio, como si yo fuera el responsable de sus penas. A éstos últimos era a los que más quería, a los que más lamentaba no haber podido tocar su corazón.

Tantas personas, tantos que llegué a querer como hijos... por eso prefería estar en mi antiguo clavo. Me gustaba saber que reconfortaba a la gente. Me gustaba sentirme útil.

No, aquí estaba bien, pero la sensación de ser inútil, un mero adorno acaba conmigo. Espera ¿qué es ese ruido?. No veo nada pero ¡ah! ¡el techo!. Ese crujido viene del techo, menuda grieta se está montando. Éste local es más viejo que Amadeo y amenaza con venírsenos encima. ¡Quiero gritar, avisar a Amadeo! ¡va a morir sin remedio!. Pero no puedo, sólo soy un trozo de metal. El viejo trabaja distraídamente, sin saber lo que le espera. Si tan sólo mirara al techo un momento.

¡Qué impotencia! ¡no se qué hacer!. Ahora entiendo de verdad a todos aquellos que me pedían, que imploraban. ¡Señor, ayuda a Amadeo, por favor!.

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Y entonces sucedió. El clavo que le sujetaba, cedió, y el Cristo fue a parar justo delante de Amadeo.

Amadeo se quedó perplejo, miró hacia arriba instintivamente, para buscar de donde había caído y fue cuando vio la grieta. Cogió al Cristo y se fue corriendo, con tiempo justo para atravesar el arco de la puerta, mientras todo se desmoronaba detrás de ellos.

Una vez en la calle, cubierto del polvo blanco del derrumbe, Amadeo cayó de rodillas, miró al Cristo y empezó a besarlo, mientras gritaba ¡gracias, gracias!. Apretó el crucifijo contra su pecho y se puso a rezar.

--- OOO ---

He comprendido que todo tiene un sentido, que mi lugar era éste, que ninguna puntada se da sin hilo. Sé, no me hace falta que nadie me lo diga, que desde este momento, mi sitio estará en casa de Amadeo.

Gracias. Gracias por escucharme.



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