El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

lunes, 31 de enero de 2011

Cosas de niños


Uno, que cree firmemente que la educación de los niños no empieza y acaba en el cole, sino que debe desarrollarse en casa, pone, a riesgo de generarse callo en el alma, deberes adicionales a los niños en casa.

Al pequeño, le toca lectura y dictados, porque las mates le salen solas. Así, cada día caen unas pocas líneas, que no hay que abusar.

Este domingo, como desde el jueves el niño estaba en barbecho le propuse hacer un dictado... y me pidió cambiarlo por ¡escribir un cuento con el ordenador!. Sorprendido, pues era la primera vez que le interesaba escribir algo con teclado, le dije que sí.

El cuento se titulaba “La matanza” y empezaba con esta línea: “Erase una vez una casa donde había un perro muerto”. Si además añadimos que cuando aparecía la palabra “sangre” la coloreaba en rojo, creo que está justificado que me compre una coraza medieval para colocarla bajo mi bata de estar por casa. Solo por si las moscas...

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domingo, 30 de enero de 2011

Historias de la posguerra, toma I

Voy a contaros una vieja historia. Una de esas tantas que me contaron al calor de mesa camilla viejos ya fallecidos, con sabor histórico y camaradería en sus labios.

Resulta que un capitán de la Legión, después de la guerra civil, es destinado a Larache. Mientras va preparando las cosas para que su familia, mujer e hijos, vayan a vivir con él, la mujer enferma. Enferma gravemente y es avisado para que vaya a urgencia a la península.

Pero llega tarde. Los viajes en aquella época no eran lo rápidos que ahora pueden llegar a ser y, no solo no llega a ver con vida a su esposa, sino que a ésta, ya la han enterrado. Sus hijos están con sus suegros y lo tienen todo preparado para el traslado a Larache pero...

Pero el no se conforma. Quiere ver por última vez a su mujer. Remueve Roma con Santiago para lograr exhumar el cadáver, pero no lo consigue. Así pues, hombre de acción, se hace acompañar por un par de legionarios que residían en su ciudad, a los que conoció durante la guerra, y saltan las tapias del cementerio por la noche. Encuentran la tumba, la abren y... ¡nada!

El ataúd está vacío. Tras la estupefacción, dejan todo como estaba, localiza al sacristán, le pone la pistola entre los ojos y le pregunta lo que todos imaginamos que diríamos en esas circunstancias: ¿Donde coño está el cuerpo de mi mujer?.

El sacristán le confiesa (que cosas) que, de acuerdo con el dueño de una fábrica de embutidos local, le avisaba de cuando un muerto "rellenito" era enterrado (y su mujer era un tanto gordita), y éste les pagaba a él y a los dos enterradores un dinerito a cambio del cadáver para que, después, la palabra fiambre tome todo su cuerpo: con la carne, hábilmente mezclada con carne de cerdo y otras, preparaba delicias que se vendían en las mejores tiendas de la localidad.

El capitán mandó a sus hombres a sus casas y, cuando se supo a solas con el sacristán, le descerrajó dos tiros. No sin antes averiguar las direcciones de los enterradores y la del director de la fábrica, a los que también dejó un recuerdo de arma reglamentaria dentro de su cráneo.

Una vez hecho ésto, se presentó al gobernador militar de la plaza y se lo contó todo. Éste, alarmado por lo que escuchaba, le ordenó que se sentara y, tras una breve reflexión, le dijo:

"Mire, debería mandarle a un tribunal militar, pero si esto se destapa, el escándalo que se formará en la población, y los tumultos que se pueden ocasionar, no tendrían nombre, así que usted se vuelve a Larache con sus hijos y, por lo que mi respecta, nunca ha vuelto a la península".

Y así, el secreto se guardó... hasta que el hijo del capitán me lo contó, con un par de copas (una de coñac y otra de jerez) delante una fría tarde de invierno.

La realidad, supera a la ficción.

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sábado, 29 de enero de 2011

Parte escolar

Aquel viejo lema, "Estudio y Acción", se convierte en algo bipolar con mis hijos. Uno, el estudio, y el otro, la acción. Mientras el primero padeció una etapa de acoso (bulling o algo así lo llaman ahora, con ese afán de invasión que tienen los anglocabrones), el segundo... me ha llegado con un parte, un primer aviso, el segundo irá acompañado de una expulsión de tres días.

Lo que en el parte se refleja es que su comportamiento ha sido malo, llegando a morder a una niña. Mordisco que precisó de hielo, etc.

La lectura, si, es alarmante. La bronca que le metí, de órdago. El castigo, no jugar con maquinitas (DS, Wii, ordenador, etc., etc.) hasta fallas (le dí a elegir varios castigos y escogió ese... es lo que menos le duele). El razonamiento parecía lógico: le pregunté que narices había pasado para que mordiera a una niña, y su respuesta fue que "le estaban agobiando". Le pregunté si le habían pegado, insultado y dijo que no, que sólo quería librarse. Así que mi postura estaba clara....

O no. Estaba clara hasta que la responsable del comedor me contó que, por el frío y la lluvia, ese día habían puesto juntos a pequeños y mayores. Y como mi pequeño parece ser que ya tiene cierta familia "simpática" por sus travesuras, un grupo de niñas mayores que él (tres y cuatro años mayores, lo que a esas edades es un mundo) le rodearon para observarle (vamos, en plan, mira que mono, que gracioso, etc.). El crío, al verse rodeado, y sin posibilidad de escapar, se agobió... y se defendió a dentelladas.

El castigo sigue en pie, que no justifico el bocado a carne humana femenina, si no es en un tipo de duelo al que aun le falta -espero- algun año por alcanzar, pero si me explico ahora. Y que, aderezado con otra cosa que vino del pasado, me llega a cabrear.

Y es que a su hermano, a la misma edad, lo vejaban, insultaban, escupían, intentaban quitar los calzoncillos e, incluso, una vez, tiraron por las escaleras. Ese fue el día en que me dije "basta", al ver que las protestas por la vía ordinaria no causaban efecto alguno y tomé una determinación: partirle las narices a los padres de los niños que habían tirado al mio por las escaleras, para enseñarles a ellos la educación que ellos no habían enseñado a sus hijos. Se lo comenté a un amigo abogado, Andreu (q.e.p.d.), quien me dijo que como abogado me lo desaconsejaba totalmente, pero como amigo me decía que les diera duro de su parte, y que él ya se ocuparía de mi defensa legal, sin problema. No llegué a pegar dos puñetazos porque entre mi mujer y la jefa de estudios me pararon los pies, jurandome que todo se solucionaría... como así fue. Pero, eso si, sin parte alguno para los agresores.

Suena a dos varas de medir, algo que no me gusta, y menos cuando se trata de mis hijos. Así que estoy en un tris de invocar a Millan Astray, y, con razón o sin ella, ponerme al lado del pequeño. O a su espalda, y defender su espalda en las batallas que vengan.

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