El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

jueves, 30 de diciembre de 2010

España adolescente, o adolece

Yo pensaba, tras el día de ayer, que ya tenía un buen cúmulo de encuentros casuales suficientes como para escribir tres columnas. Hoy he visto que me equivocaba, que la realidad es algo tan tremendo que cualquier película gore no pasa de ser un cuento infantil.

Pero volvamos al día de ayer.

Los niños dan mucha guerra estos días. La emoción de la llegada de los Reyes Magos (como inciso, junto con Elvis y los de la baraja, los únicos que tienen paso franco en esta casa) los ponen como burras en celo. Así, un momento de descanso de esa revolución permanente, que supera en varios puntos a la de Trotsky, siempre se agradece. El momento kit-kat vino dado por la llegada de un aviso de correos: acababan de mandarme desde un pueblecito encantador, Molins de Rei, unos libros de viejo, de entre ellos uno que años hacía que tenía en busca y captura: La guerra de España en sus fotografías, una compilación magnífica del no menos soberbio escritor Tomas Salvador.

Contento y deseoso de abrir el paquete, como un yonki espera su jaco, me tomé un café (vicio insoslayable incluso en estas fechas) y me embarqué en uno de esos vehículos que generosamente llamaremos autobús y que depende de la EMT.

Hasta ahí, rumbo al paraíso. Pero... ah... esa estúpida costumbre de no dejarme las orejas en casa me provoca no sólo tener que escuchar accidentalmente conversaciones ajenas, sino encima, reflexionar sobre ellas.

Ya sabéis que los autobuses urbanos son una suerte de ONU pero sin emires árabes. Indios, moros, hispanoamericanos, chinos y algún español despistado que como yo, se siente extranjero en su propio autobús. En la gente de a pie, que ha sufrido en sus carnes y en su mollera el azote de la LOGSE, y ya son así carne de cañón propicia para el voto despistado en esta demoniocracia que nos rige, esto provoca que, incapaces de diferenciar causa y efecto, demonicen en esas personas la inutilidad de esos políticos, precisamente esos políticos, incapaces de gestionar correctamente el fenómeno inmigratorio. Vamos, que lo que decían de ellos haría sonrojar a un skin head, haría parecer a Plataforma por Catalunya como un colectivo de niñas sonrosadas con trenza que canturrean Heidi. Lo más suave que decían es que habría que colgarlos de los cojones, oigausté.

No soy precisamente un adalid del multiculturalismo ese de marras o como lo quieran denominar, pero la solución de las capuchas y las cruces ardiendo bajo el cielo estrellado de Tennessee no me parece muy adoptable para nuestra nación. Así que, tomadlo como queráis, me llegó a molestar la charla.

¿Y que?. Diréis: nada extraño, todos los días vivimos situaciones iguales. Vale, si, de acuerdo. Pero seguid leyendo.

Bajé en la parada más cercana a correos, y me siguieron los dos parlanchines y en potencia linchadores de inmigrantes. Nos topamos con una princesita china, una de esas niñas que ha escapado de un infierno cierto gracias a la bonhomía y, por que no decirlo, de los cojones de una familia española que la ha tomado como suya. Lo cierto es que guapita de cara y ataviada como una niña inglesa de clase alta en la época Victoriana, la niña era un primor. Y entonces, los dos que aun estaban tras de mí, dejaron de lanzar espumarajos por la boca y se maravillaron ante la estampa, dedicándole suaves y dulces halagos.

Vamos, que lo que les jodía no era el color de la piel, sino la miseria que ésta traía encima. Una constatación de algo que yo, ya sabía.

Pero no para ahí la cosa. Esquivando una larga cola de españolitos ante ese timo consentido que es la Lotería Nacional, en pos de su número para el sorteo del niño (somos una sociedad ludópata, reconozcámoslo), me topo con dos antiguas alumnas que salían de allí y, vale, puedo resultar un cotilla, pego la antena y escucho lo que dicen. Hablan de los entresijos amorosos de una famosa. ¿Belén Esteban? ¡quía! ¿La Pantoja? ¡No!. ¡Ellas son universitarias!. A quien pelaban es a la hija de Mick Jagger. Sniff.

Más emociones, incluida la vuelta a la guarida, y a casa. Agotado, no escribo todo esto... y eso me permite ampliarlo con los sucesos de hoy.

De vuelta a un autobús. Mi hijo mayor se iba con unos amigos y lo acompañé. En el regreso asisto perplejo a los insultos que se lanzan un discapacitado y una anciana. La verdad es que de discapacitado me parece que sólo tenía el coco, porque el bastón que llevaba parecía más ser destinado a ser arma contundente que apoyo protector. Estuve a punto de decirle que se metiera la lengua por el culo, a ver si se envenenaba por vía rectal y dejaba a la pobre anciana tranquila. Le cedo el sitio a la anciana, con la doble intención de ser cortés y separar la trifulca, y ésta me mira amenazante, como preguntándome si la he llamado vieja ¡coño, señora, si usted fue quien dio forraje a los caballos de Sempronio Graco!. En fin, aun me llevaré yo los bastonazos.

Y, cuando ya llego a casa, pasando por la puerta de uno de los únicos comercios que siguen abiertos, un chino de todo a un euro que luego son más, asisto a un fragmento de discusión entre la china propietaria y una yonki rubia de bote y con sudor revenido desde las pascuas. La yonkarra hacía su compra de reyes allí, no se si por un montante de unos 5 euros de vellón, de los que sólo se llevaría dos ahora y el resto dejaba reservado, y le discutía por 40 céntimos de diferencia en un precio.

¡Vamos directos al pudridero!. Menos mal que en casa pude relajarme viendo "Bajo diez banderas", de Charles Laughton, mientras mi hijo pequeño me ataba al palo de la tortura sioux y danzaba pidiendo las lágrimas del dios de la lluvia.

Hay que joderse.




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miércoles, 15 de diciembre de 2010

Camellos urbanos

Yo no sé como lo llevarán nuestros deportistas de élite, pero a mi ésto de hacer de camello me agota. Si, cuando llegan estas fechas y sus Majestades los Reyes Magos (los únicos reyes a los que respeto, salvedad sea hecha de Elvis y los de la baraja) me nombran transitoriamente alférez provisional en su cuerpo de camellos, me dejan hecho cisco.

De todas formas, es un placer pasear por estrechas callejuelas bajo una lluvia de hojas secas, disparadas por el viento. Tanto es así, que quizá por ese punto de masoquismo que todos tenemos, me pedí un café con leche para llevar y tomármelo mientras luchaba para no ingerir peciolos o limbos con el líquido, y aun así, lo disfruté. Lo disfruté tanto que me dije... bueno, pues con música de fondo, mucho mejor. Auriculares colocados y música de la Creedence y Doors para atravesar un mercadillo atestado de gente.

Y ese fue mi error. Porque es sabido que la música puede alterar (¿adrenalina?) nuestra percepción de las propias capacidades, y eso me llevó a contestar mal a cuatro polis locales que, reunión de pastores, oveja muerta, debieron ver raro a un tipo cargado de bolsas hasta el escroto que intentaba salir de la marabunta humana del mercadillo.

Claro, ellos entonaron el "si tu eres chulo, nosotros nos ponemos de parto" y eso me llevó, en mi ya fuera de control anímico, espetarles con mala leche, mirando al que llevaba la voz cantante: ¿tu eres consciente de que sólo sois cuatro?

La siguiente imagen que todo lector avisado daría sería mi ingreso por politraumatismos vía urgencias. Pero no: señal de lo cagoncetes que se vuelven nuestras fuerzas del orden, la respuesta fue rajarse y pirarse.

Que desagradable, tanto para mi, una vez recapacitada mi nada saludable actitud, como por el incremento en pañales que el ayuntamiento tendrá que comprar.

Anda, que si en vez de ser un tipo viejo y cansado hubiera sido un rumano de dos metros de ancho por tres de alto, a estas horas, estaban en Sebastopol.

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