El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

lunes, 30 de enero de 2012

Mi otra vida


Cuento que me manda un querido amigo. Disfrutadlo como yo lo he disfrutado.

Mi otra vida

Hacía frio, pese a que el sol casi las cinco de la tarde estaba alto. Antonio esperaba con el cuello del abrigo subido a sus dos hijos, que debían estar a punto de salir de los Escolapios. Aún faltaba bastante, era de los primeros siempre, le gustaba llegar muy pronto, así que sacó del bolsillo interior del abrigo un pequeño y ajado libro viejo que llevaba a retortero hacía ya algún día, para amenizar la espera.

Abstraído por la lectura, no se dio cuenta de que tras sonar el timbre, las puertas se abrieron. Cuando la marabunta de niños le rodeó salió de su burbuja mental y se puso en alerta, para localizar a sus hijos.

Los minutos pasaban y no aparecían. Nada raro, sus hijos parecían ser siempre los últimos. Algún juego de última hora, e incluso castigos que retuvieran al mayor provocaban que muchos días tuviera que ir a esperarlos a la puerta principal, la última en ser cerrada cuando Paco, el portero, ya había puesto los candados a las grandes cancelas.

Y entonces, sucedió.

- “Papá, papá ¿no me escuchas? ¡Papá!”

Lo cierto es que no le escuchaba. Pensaba que no era a él a quien llamaban. Ese niño rubio, con un pelo color cerveza, y de una edad a caballo entre las de sus dos hijos, sin embargo, le llamaba a él. Se le acercó y estiró de su abrigo.

- “¡Papá!. Parece que estás dormido. Pensaba que hoy no podías venir tu, que tenías trabajo, esperaba a mamá”

Antonio estaba empezando a preocuparse. Era evidente que a ese niño le pasaba algo. Lo cogió de la mano, esperando a ver a sus propios hijos para acompañar al zagal perdido a la portería, cuando de repente, apareció ella.

Una rubia espectacular, con una melena que parecía flotar con sus movimientos y un cuerpo de impresión, que avanzaba hacia ellos a grandes zancadas, tan grandes como sus preciosas botas de cuero negro y su ajustada minifalda le permitían.

- “¡Cariño!. Menos mal que has escuchado mi mensaje y has podido acudir. Al final la peluquera me ha entretenido más de la cuenta, llego casi sin aliento”

Cuando la rubia le estampilló un beso en la boca, sonoro y llamativo como en las malas películas de Hollywood los nervios que arrastraban se convirtieron en un fuerte mareo. Una sensación de vértigo le invadió y, con apenas tiempo para verse reflejado en las enormes gafas de sol de la rubia, notó como las piernas le fallaban. Escuchó el sonido de su propio cuerpo al caer al suelo, alcanzó a percibir el bullicio, gritos de alarma y los chillidos de la rubia gritando su nombre. Creyó escuchar un fuerte frenazo pero entonces, de igual manera que acababan esas películas de donde salió el beso, todo pronto pasó a un fundido en negro.

----- 0 O 0 -----

Abrió los ojos y, en la penumbra, identificó el lugar. Su dormitorio. Todo debía haber sido una pesadilla, un mal sueño. Pero... era tan real que parecía imposible.

Se levantó , descorrió las cortinas y subió las persianas. Una luz brillante, propia de la mañana mediterránea, le dejó momentáneamente cegado. Frotó sus ojos y por un momento pensó que seguía durmiendo. Si, era la habitación donde despertaba desde hace años, al lado de su mujer, aunque había algunos detalles extraños. En su mesita, todo venía a estar tal y como recordaba. La pila de libros que se acumulaba, algún periódico atrasado abierto por la página de los pasatiempos, su móvil, sus llaves... hasta reconoció, en lo alto de la pirámide de literatura, la novela que estaba leyendo esos días, "Los vi morir", de Sven Hassel, abierto con las páginas hacia abajo y el lomo apuntando al techo, incitando a retomar la lectura. Pero... la mesita de su mujer no era la de siempre. Una iPad al lado de dos revistas del corazón y una novela rosa eran una absoluta novedad.

Abrió los armarios, por simple inercia. Su ropa estaba allí, pero la de su mujer... no. Era otra. Otro estilo, otros colores. Los DVD´s que se apilaban al lado de la tele del dormitorio también le extrañaron. Algunos, estaban donde los esperaba: pelis clásicas, mucho Ford, algún Capra... pero ¿cine francés e italiano?. No entendía de donde habían salido esos discos. En el suelo un par de zapatos suyos parecían mantener una charla en corrillo con dos zapatos de mujer, con tacón imposible y afilado como daga, que no reconocía.

Entonces se abrió la puerta del dormitorio, y fue cuando confirmó que algo iba mal. Muy mal.

La mujer rubia y el niño que le estiraba del abrigo estaban allí. El niño corrió a abrazarle, mientras la mujer, acariciándole la nuca, con un gesto que, sin saber porqué, le pareció en ese momento muy familiar, le decía:

- "Menudo susto nos has dado, Antonio. En el hospital nos propusieron que te quedaras para observarte, pero cuando despertaste y empezaste a balbucear cosas sin sentido, quise traerte a casa. Tranquilo. Ya verás como poco a poco todo se arregla. El médico dijo que sería cuestión de unos días, poco a poco iras recordando"

Su cara debía ser un poema. Sin dejar de abrazar a ese niño que no recordaba, atinó a balbucear:

-"No... no entiendo nada. ¿Quién eres?"

Con un gesto que denotaba una mezcla de preocupación y cariño, la rubia le cogió de la mano y le pidió que le acompañase.

-"Nos dijeron que esto pasaría, que lo olvidarías todo una y otra vez, al menos el primer día, que fuéramos pacientes y no dudáramos repetir las cosas una y otra vez . Tu, eres Antonio Carmona Mascarell, yo soy Susana Blanco González. Estamos casados hace doce años, tenemos un hijo de diez, Manuel. A mi me has llamado siempre, desde que me conociste, Susi, y al pequeño, le llamamos en casa Lolo. Eres economista de carrera, como yo. Nos conocimos en las viejas aulas de Blasco Ibañez, aunque yo nunca he ejercido como tal, y tu durante poco tiempo. Desde hace casi veinte años trabajas en la Fundación Arte Moderno, hace un año que eres el director de acontecimientos culturales. Tus padres fallecieron cuando éramos novios, en un accidente. Mi padre murió cuando yo era niña y mi madre hace cinco años. Yo represento a una firma de perfumes en la provincia. Pregunta ahora lo que quieras"

Antonio estaba ahora más que confuso. Es posible que el no recordara esa vida, pero es que esa ¡no era su vida!. Su mujer se llamaba María, era morena, tenía dos hijos, Antoñin y Pepito, y era arquitecto, pero no ejercía de tal, excepto alguna colaboración con el ministerio de interior, sino de profesor en la universidad. Decidió callarse esos otros recuerdos, para no complicar más el asunto, y no preguntar nada de momento. Se dejó llevar de la mano de Susi, que con un mimo infinito le invitó a sentarse en el sofá.

Si, era su casa, pero con cambios importantes. Ese cuadro que compró con su mujer en Berlín no estaba, en su lugar aparecía una imagen de Roma. La pila de revistas técnicas que solía dormir al lado del sofá estaba ahí, pero donde antes estaba el "Arquitectura y Diseño", ahora aparecían Economía 3 y otras así.

Susi interrumpió sus pensamientos:

- "Te pondría una copa de whisky, pero el médico no me deja darte alcohol. ¿Te pongo un disco?"

Verdaderamente se deshacía intentando ayudarle, aunque agradeció la prohibición. El whisky le repugnaba, a él lo que siempre le había gustado beber para relajarse era el coñac. Respondió:

- "Gracias, cariño -dudó uno segundos si usar esa palabra, pero finalmente lo hizo, parecía que encajaba en la situación y le ahorraría el disgusto de equivocarse y llamar a Susi María-, voy a ver si la música me relaja y me aclara las ideas".

Nueva sorpresa. Al sacar los discos de la zona de rock and roll de los años cincuenta, en lugar de encontrarse con las gafotas de Buddy Holly, a Carl Perkins o la guitarra de Chuck Berry, lo que tuvo en las manos eran discos de Benny Moret, "el bárbaro del ritmo" y "Cara de foca" Pérez Prado. Esos no eran sus discos. Los volvió a colocar en su sitio y tomó de la estantería de música clásica un disco al azar. Este sí. André Previn con la orquesta sinfónica de Londres interpretando 1812, de Tchaikovsky.

Se sentó en el sofá, momento que aprovechó Susi para coger de la mano a Lolo y salir discretamente del salón. Antonio volvió a dar un vistazo a su alrededor. Todo era viejo y nuevo a la vez. Mirando con calma vio que no estaba su colección de películas de John Wayne, pero en su lugar aparecían todas las temporadas en DVD de los Simpson, que no recordaba tener. El mueble bar estaba en otra esquina, los apliques de la pared eran otros, y si bien la tele era la misma, el reproductor de DVD era otro.

Con los zambombazos del cañón de 1812, entró Susi de nuevo. Le guiñó un ojo y se sentó a su lado tomando sus manos con infinito cariño. Y lejos de sorprenderle, ese gesto le pareció que era algo ya vivido, que reconocía, como en un deja vu.

Ésta mezcla de recuerdos propios y añadidos le traía mucha más preocupación de lo que la ausencia total de recuerdos podría haberle ocasionado. Pensando en ello, una lucecita se encendió en su cabeza.

-"Voy al despacho" -dijo a Susi-

Solícita, le acompañó abriendo las puertas, como si quisiera evitarle el disgusto de no encontrar el despacho en su propia casa. Pero no hacía falta. Sabía perfectamente donde estaba.

Sentado en su silla de trabajo, dio un vistazo en torno suyo, examinando la habitación, mientras Susi se sentaba enfrente. Todo era casi igual a lo que recordaba. Casi los mismos cuadros, los libros, como de costumbre, se apilaban en montañas inverosímiles y eran literalmente escupidos de las estanterías, de tan repletas que se encontraban. En otro orden, sí. Reconoció todos los lomos que iba leyendo como libros suyos, pero le costaría un horror encontrar cualquiera. Un pequeño cambio sí había. Donde debería estar su sillón de lectura, había un espacio de trabajo que parecía ocupar Susi. Una figurita de Minnie Mouse y un pequeño búcaro con una rosa lo marcaban como un letrero luminoso anunciaría algo en la noche de una gran ciudad. Parecía lógico. María, funcionaria administrativa en su misma universidad, no precisaba trabajar en casa, es más: detestaba la idea de traerse trabajo a casa, pero si Susi era representante, o eso al menos había entendido, lo razonable era que pasara muchas horas delante de la pantalla del ordenador. Se dio cuenta de que de alguna manera estaba intentando adaptarse a la situación y eso le estremeció: no debía perder el hilo, esa no era su familia, algo grave pasaba y tenía que averiguar exactamente el que.

Por el rabillo del ojo, vio como Susi le vigilaba, con un rictus donde se mezclaba la pena y la inquietud. Estaba pendiente de sus movimientos, se notaba que estaba preparada para saltar en su ayuda a la primera de cambio.

La prueba de fuego. Arrancó su ordenador. El caos que el escritorio de windows escupió ante sus ojos, sin ser el que recordaba, no difería demasiado. Arrancó su navegador, abrió la página de gmail e introdujo sus datos. ¡Bingo! Si estaba viviendo otra vida, al menos compartía con ella la misma cuenta de correo con la misma clave. Ahora quizá encontrara alguna pista que le explicara lo que había pasado.

O no. No reconocía nada de lo de dentro. No sabía quiénes eran los que le mandaban los correos, no entendía la mayor parte de lo que le decían, se sentía perdido. Ni el amigo pesado que se empeñaba en mandarle chicas desnudas y power points con florecitas y paisajes alternativamente era el mismo. Abrió el calendario de google y su frustración era aun mayor. No, no era su agenda. Tenía su mismo sistema de clasificación, colocar en azul las cosas del trabajo y en rojo las de casa, pero no reconocía ninguna de las citas.

Empezó a navegar por el disco duro. Excepto algunos directorios, como los de libros digitales y los dedicados a música clásica, el resto parecía un caos. ¿Había descargado Starsky y Huch por propia iniciativa, así, sin cloroformo no nada?... eso no podía haberlo hecho el. Ni en la cuenta de dropbox, donde se entretuvo analizando que compartía y con quién, sin llegar a conocer a nadie ni obtener conclusión alguna, ni en, aunque eso lo tenía claro de antemano, sus ficheros de trabajo. En otras circunstancias, notar en falta la ausencia de los planos de la nueva casa cuartel para Galdácano, le hubiera alarmado; sólo tres personas conocían con detalle el entramado de túneles que surgían de ella para llegar a distintos puntos geográficos. Aunque, claro ¡para que quería planos un economista!. Precisamente mañana era la inauguración, pero estaba claro que se la perdería. A cambio vio unos bocetos de propuestas para la fundación donde se suponía que trabajaba.

Se reclinó sobre mesa. Empezaba a asentar la idea de que estaba equivocado. Que en realidad, era el marido de esa guapa rubia, y no el profesor y arquitecto que soñó. Que algo raro y malo le había pasado y su mente tenía que arreglarse.

Empezó a revisar los papeles que tenía sobre la mesa. Un boletín de notas de ese hijo que no sabía que tenía, libretas con notas manuscritas con su propia letra, unos cuantos discos CD sin etiqueta, sueltos, un par de cartas del banco, y ¡el bote!. Un bote de lápices, verde, que le regaló su padre cuando hizo su primera comunión y que siempre le ha acompañado. Lo cogió sensualmente, acariciándolo y susurró... "papá".

Y no tuvo tiempo de más. Susi, sin que lo hubiera percibido, se había puesto tras él. Acariciandole el pecho le susurraba que no se preocupara, que todo iría bien. Le cogió de la mano y lo llevó de nuevo por el pasillo.

- "Cielo, te hace falta descanso. Creo que deberíamos tumbarnos"

Antonio protestó. Acababa de levantarse, no era precisamente sueño lo que tenía, sino miedo. El miedo que da el desconocimiento, el ignorar lo que le pasaba. Apunto estaba de contestarle cuando ella siguió hablando, colocándole su dedo índice en el labio pidiendole silencio.

- "Patri, la vecina, cuidará del niño hoy. Ven a la cama, te ayudaré a relajarte"

"¡Diantres!. Ésta lo que quiere es sexo", pensó. "Qué diablos", se dijo, "si es mi mujer, no es pecado. Como decía aquel, no hay mal que por bien no venga"

Poco después de entrar en el dormitorio, ella ya había prescindido de su sujetador. Le hizo sentarse en la cama y se colocó encima suyo. Buscó sus labios y, cuando sus lenguas se encontraron...

- "Susi, ese mareo. Otra vez ese mareo que..."

Antonio volvió a perder el conocimiento. Todo se hizo negro a su alrededor. Notó como su cabeza caía sobre los almohadones.

---- 0 O 0 ---

-"¡Antonio!. ¡Antonio, despierta!"

Antonio abrió los ojos y pensó que ahora sí que estaba perdido. No sabía dónde estaba pero... al lado tenía a María y a sus dos hijos. Si se estaba volviendo loco a plazos, acababan de pagar una letra muy gorda. Atinó a balbucear, como despertando de un profundo sueño

- "¿Dónde estoy? ¿qué ha pasado?"

María le apretó una mano con cariño. Entonces descubrió que tenía un gotero en esa muñeca. Le miró a los ojos y pudo escuchar

- "Tranquilo, Antonio. Estabas esperando a los niños cuando un coche se subió a la acera a toda velocidad y te atropelló. Pensamos lo peor, pero parece ser que todo va mucho mejor de lo que en principio se temían. Has estado en coma tres días y, según nos dicen, cuando se te cure la pierna rota y la fisura en una costilla, estarás tan bien como antes. Ahora que has despertado de verdad, si en un par de días no hay nada raro, nos mandan a casa"

Antonio respiró aliviado. Todo había sido un sueño, producto del coma.

- "¿Que quieres decir con eso de "despertado de verdad"? y ¿ quién me atropelló?"

Vio como María enmudecía, y su rostro se preocupaba.

- Veras, saliste del coma diciendo incoherencias, yo me asusté mucho, pero los médicos dijeron que era normal, que aun estabas saliendo del agujero. La otra pregunta es más difícil de responder. Es un misterio. El coche que te atropelló se dio a la fuga y a ti te recogió una ambulancia que, nadie sabe aún cómo pasó, tardó unas seis horas en traerte aquí. Yo me enteré después, recuerda que estaba en Málaga, en el entierro de mi tío; menos mal, si me llego a enterar de que además de atropellado estabas desaparecido, a quien ingresan es a mí. Los niños se los quedó el padre Martín, mientras me localizaba a mí. Nada más me enteré, vine volando. Luego, los niños han estado con Patri mientras esto se encauzaba. En fin, nada que deba preocuparte ahora. Bien está lo que bien acaba. ¿Quieres descansar, quieres hablar, te pongo la tele?..."

Con un gesto de la cabeza le indicó que pusiera en marcha ese invento del maligno que es la televisión. Había estado desconectado del mundo, tocaba ponerse al día. María le dio un beso ("Al fin un beso que no me deja inconsciente, pensó bromeando consigo mismo Antonio") y cogió el mando a distancia.

La voz de Ana Pastor llenó la habitación, mientras la pantalla vomitaba imágenes con llamas. Mientras el ministro del interior, la plana mayor de la Guardia Civil y unos cuantos invitados ilustres visitaban las instalaciones de la nueva Casa Cuartel de Galdácano, una cantidad exorbitada de explosivo que había sido depositada en unos túneles de seguridad que supuestamente eran secretos, los había mandado a todos al infierno. La Guardia Civil tenía una pista. Parece ser que una cámara de seguridad captó la imagen de uno de los terroristas, que ahora televisaban de continuo buscando la colaboración ciudadana.

Cuando Antonio vio la imagen de esa mujer, palideció, mientras gritaba algo que extrañó a su mujer y a sus hijos:

- "¡Susi!"

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lunes, 23 de enero de 2012

La educación de los hijos

Uno ya sabía que no existen manuales para esto de ser padre. Que dos niños son siempre distintos y esas cosas. Pero no llega a creerselo de verdad hasta que lo experimenta.

Mi hijo mayor, al que hace un tiempo le costaba sacar rendimiento a eso de estudiar, parece ser que dio el cambio hacia la responsabilidad y ahora hinca el codo con mayor afán que el de un político al meter la mano en la caja pública. Le felicitan y sale en las medias muy bien ubicado con respecto a sus compañeros, pero lo suda. Intento que se tome la vida con más relax, pero no hay manera.

Mi hijo pequeño, empero, es de aquellos a los que hay cazar con lazo no para que estudien, sino hagan sus deberes diarios. Y aun así es difícil... "olvida" la agenda para que no sepamos muy bien que es lo que hay que hacer, manipula la realidad a su antojo...

Antes de Navidad, le amenacé muy seriamente. Le dije que si suspendía una sola asignatura, no habría ni papanoelesnireyesmagosnilamadrequelostrujo que valieran. Como seguía sin pegar ni chapa, me dije "Vale, deja que se la pegue con ésto. Cuando vea que no tiene regalos, le servirá de lección".

Y un jamón con chorreras. Para sorpresa de su madre y mía, y cabreo de su hermano, sacó unas notas que, sin entrar en la excelencia, no estaban nada mal, con sus notables y esas cosas.

Me di cuenta de que el pollo medía. Sabía hasta donde llegar para aprobar y frenaba, no fuera que se cansara o no tuviera tiempo para sus series de TV, sus sellos o sus videojuegos.

No, la alternativa tomada no servía. Como tenía planificado un examen que a todos sus compañeros asustaba, me dije: "Cambiemos de baile". Su hermano y yo lo perseguimos para que se sentara con nosotros a estudiar. Durante una semana, sólo conseguí sentarlo dos veces: una de una hora y otra de media. Su hermano se sentó con él para hacer un esquema. Esquema que hizo... el mayor, mientras el otro pasaba de todo.

Misión imposible. Esperaba encontrarme un rosco en sus notas, pero esta mañana su profe me ha dicho "Enhorabuena por la nota de tu hijo". Como mis ojos se hacían grandes, amplió "Ha sacado sobresaliente en el examen. Pero no he podido subirle nota por el excelente esquema que trajo, superaba el tope". Entonces fue cuando la mandíbula se me desencajó hasta lograr limpiar con ella la acera. El muy mamón había entregado el esquema que le hizo su hermano como cosa suya.

La de guerra que me queda por delante.

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