El Cascarrabias

En la vida civil no digo tacos, soy muy amable, mantengo la ética y el estilo hasta límites rayanos con la estupidez. Es el momento en que necesito desfogarme. Así, nace el gran cascarrabias. El gran cascarrabias o de como la vida moderna nos hace decir tonterias. Estas son las mias, dichas para mi mismo. Si te gustan, de acuerdo. Si no, pues tambien. Y si me insultas, tu más. Hago mia la frase de W.C. Fields: "Dicen que soy xenófobo. Se equivocan: odio por igual a todo el mundo"

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Antoñito "la vaca" Perkins


Coincidí con él en el colegio. Era amigo de amigos mios, y, con la simpleza que da la infancia y preadolescencia, lo adopté como tal.

Era el típico chaval que sabía más que nadie, había ido a más sitios que nadie, tenía más pasta que nadie, cuando tuvo coche corría más que nadie, y ligaba más que nadie. Vamos, un fantasma que no se comía un torrao.

Pero entretenía ir andando a casa con el desde el cole. Era como oir seriales de la radio.

Le perdí la pista durante muchos, muchos años. Hasta que en el colegio montaron la reglamentaria celebración de los chopotocientos años de la graduación y volvimos a coincidir. Cole del que dice pestes, y yo sigo queriendo y amando como mi alma mater intelectual. Pero uno no hizo caso de otros compañeros más listos que yo que pasaron, y piqué.

Mi primera impresión fue la de sorpresa, la incredulidad. ¿Era ese, o eso, Antonio? ¡coño, siempre había sido un poco gordo pero...!. No pude evitar preguntarle si era él, o él se había comido a Antonio.

De todas formas, ésto era algo anecdótico. A mi que las personas sean gordas, flacas o mediopensionistas me la trae al pairo. Yo mismo no soy precisamente muscle man, así que para que vamos a andarnos con gilipolleces. Lo que no era tan anecdótico es que por dentro seguía siendo el mismo tonto del culo de toda la vida.

Enterado por un compañero (éste si, magnífico entonces y siempre), del fallecimiento de uno de mis más queridos amigos (y supuestamente también de Perkins, mote algo mecánico que en su día le otorgamos vayaustéasaberporqué), propuse recordarlo, y él, junto con una antigua compañera, a la que se le notaba mucho lo de antigua (vamos, que no aparentaba la edad que tenía, sino unos diez más, al contrario del resto de fermosas damas que en su día fueron compañeras de pupitre, cada vez más bellas), me vinieron a decir que "el muerto al hoyo y el vivo al bollo". Algo de eso dejé caer ya en éste pútrido blog. Una de mosqueo, y ve apuntando, Jeremías.

Perkins, organizador nato (quizá por aquello de que quien nada tiene con que llenar su vida busca flores de papel para tapar grietas) montó una cena. Sumando que a mi eso de salir por la noche y dejar a la familia en casita a solas no me va mucho, y que menos aún me va cuando con quienes se supone me lo tendría que pasar bien empezaban demostrándome lo poco en común que teníamos, olvidando a un compañero que pasó años entre nosotros sin siquiera dedicarle treinta segundos, y con el factor añadido de que tenía que hacer filigranas para poder estar a tiempo en la cena, al coincidirme con unas jornadas en que dictaba conferencias fuera de mi ciudad, decidí pasar.

Y como me alegra haberlo hecho.

Al día siguiente, el grupito de feisbú aparecía con fotos y vídeos que muchos y muchas se apresuraban a pedir que se retiraran... coño... si te avergüenza hacer algo, no lo hagas, decía mi abuelo... pero en fin... humanos somos.

Con ese antecedente, conforme montaban nuevas jacarandas, con comentarios cada vez más subidos de tono, mis ganas de acudir iban decrecienco. Sin embargo, aunque sólo fuera por los años en que estuvimos juntos, permanecía con ellos en ese grupo cibernético. Hasta...

Hasta que un día cometí en inmenso error de hablar sin rebajar el cargador de mi vocabulario. Disparaba con calibre 9 a mentes que solo aceptan un tres. Términos elementales, empleados en la literatura española desde que ésta existe, les parecían pedantes. De ahí, el par de semovientes y un tercero, ya casi un delincuente juvenil en el cole y ahora casi sin el casi, empezaron a llamarme reprimido sexual (cree el ladrón...) y otras lindezas.

Suficiente, aun para mis amplias tragaderas. Dejé el grupo sin despedirme, para luego encontrarme que el hombre-vaca (nuevo superheroe de poca ficción) vino a lanzarme un lote de insultos (me llamaba nazi, algo que indica a las claras que me conoce muy poquito), "Zapaterillo" (va a ser que Zapatero es nazi, mireusté que lecciones nos da la historia) y a ¡amenazarme! con la socorrida frase de que nuestra ciudad "es muy pequeña".

Pues vale, vaca-man... me he pasado varios lustros sin toparme con tu oronda figura, lo que ya es un plus de dificultad, así que podré pasarme unos cuantos más sin hacerlo, amparado por las leyes estadísticas. Pero es que aunque lo hiciera, pues no veo la juerga. Imagino que algo similar le pasa a quien fue su mejor amigo en el cole, con quien mantuvo estrecha relación, y que hoy no solo no le coge el teléfono, sino que para mi que le puso la marca del leproso.

Me da mucha tristeza ésto. Sorpresa no, el ser humano es lo que es. Pero si tristeza. Me da pena. A la gente, cuando la pones ante su reflejo y ve sus propias miserias, le da por cabrearse con el espejo.

Pues que te aproveche, majo. Yo con este exordio me siento en paz conmigo mismo, ea. Tanto que no solo es exordio sino epílogo. Tu puedes ir cabreándote por hacerte consultar el diccionario una vez más.

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